En efecto, éste va a ser el último capítulo de las andanzas de los Babiles en Suecia. La verdad es que no estoy muy contento con los dos anteriores, que me han salido bastante sosos, de manera que seré breve en éste.
El sábado nos levantamos un poco más tarde de lo que venía siendo habitual, por eso de que era el último día. Eso significa que nos debimos de levantar sobre las nueve, tampoco creáis que estuvimos sobando hasta mediodía. Teníamos una nota de la casera, que había dejado el día anterior. Al parecer, había intentado hablar con nosotros, pero nunca nos pillaba en casa (normal).
Este día fue de relax. Dejamos la casa y cogimos por última vez el tren a Estocolmo (esta vez, pagando, no como la noche anterior). Volvimos a meter las maletas en la consigna de la estación y nos dedicamos a pasear tranquilamente por Gamla Stan y comprar regalos varios. A diferencia de lo que había ocurrido una semana antes, esta vez nuestros aviones no salían a la vez. Los que iban a Barcelona salían casi dos horas antes que los que íbamos a Madrid. Así que, cuando llegó la hora de partir, a mediodía, fuimos los cinco a la estación. Tres para coger el Arlanda Express, los otros dos (B2 y B5) para despedir a nuestros compañeros. Porque la idea de pasar tres horas en el aeropuerto no nos atraía mucho.
En este momento, B4 tomó el mando de las operaciones y encadenó diversas maniobras dilatorias para poner en peligro la partida. Desperfectos varios en el equipaje de B1, pérdida de objetos... Por desgracia, esta parte del viaje no la tengo apuntada y no recuerdo bien lo que ocurrió, pero yo me moría de risa. Por suerte, B3, que es previsor, había engañado un poco a sus compañeros de viaje con el horario, así que consiguieron marcharse sin más problemas.
B5 y yo nos quedamos por los alrededores de la estación y, cuando nos cansamos, cogimos el tren y al aeropuerto. Y, sin muchas más incidencias (ya no tenía nada que pudiera ser confiscado), subimos al avión y llegamos a casa.
La semana, en general, fue fantástica. Hubo algunos momentos de tensión, pero pocos y breves. Yo creo que todos redescubrimos un poco a nuestros amigos, porque en los últimos años ya no nos vemos tanto como antes, y todos hemos cambiado. Y a todos nos pareció corto. Al final, no hacíamos más que hablar de la próxima vez. Espero que la haya.
Babiles en el Ártico
Las andanzas de cinco Babiles Kuarentones por tierras escandinavas
martes, septiembre 26, 2006
domingo, septiembre 24, 2006
08/09 Birka
Siguiendo los deseos de nuestro Babil 3, dedicaríamos la mayor parte de nuestro último día completo en Suecia a ver el antiguo poblado vikingo de Birka. He de decir que yo tenía mis reservas. Esperaba la versión vikinga del espanish bandolerou y flamencou y olé. Pero, al menos, Birka tenía una base histórica. A ver por dónde nos salían.
A las 9,30h cogimos el ferry que nos llevaría a Birka. El antiguo poblado vikingo estaba situado en una isla del lago Mälaren, a la que sólo se puede llegar por barco. Se tenían numerosos documentos que hablaban de la existencia de Birka, pero se desconocía su localización exacta. Así que, por similitud fonética, los arqueólogos se pusieron a buscar en la isla de Björkö. Y justo, allí estaba. A diferencia de otras antiguas ciudades vikingas, no se había vuelto a construir en el lugar en que se encontraba ésta, por lo que las excavaciones fueron relativamente fáciles y se encontraron abundantes restos. De manera que hoy podemos saber mucho sobre el asentamiento y se utiliza la isla como centro de investigación de los vikingos.
Pues sí, la cosa está montada bastante en serio, aunque con algunas concesiones para el turismo. Por ejemplo, nuestra guía iba vestida de vikinga. Eso sí, sus ropas se habían elaborado con bastante fidelidad histórica; nada de cascos con cuernos ni similares (no, los vikingos no llevaban cuernos en los cascos; después de quitarse el casco, pues más o menos como los demás, supongo).
Por desgracia, salió un día bastante desapacible. Hacía fresco, con bastante viento y lluvia, por lo que pasamos las dos horas de viaje en la cubierta interior del barco. Aunque habíamos tenido suerte; las visitas a Birka, precisamente por la climatología, se interrumpirían dos días más tarde, hasta la primavera.
Una vez en la isla había dos actividades principales: la visita al museo (libre o guiada) y la visita guiada a la isla. Nosotros, claro, nos apuntamos a las dos. La segunda fue un tanto apresurada por culpa del mal tiempo. Que nuestra pobre guía sufría especialemente, pese a la capa que llevaba. Creo que estaba cogiendo un resfriado importante. De todos modos, la chica nos enseñó todo bastante bien.
Además de esto, en la isla hay más actividades organizadas, si bien muchas de ellas no estaban disponibles en ese momento. Sí que pudimos ver la reconstrucción del poblado que se está llevando a cabo. Hay un proyecto universitario para construir un poblado al estilo vikingo, usando las mismas técnicas y materiales que se cree se utilizaban hace un milenio. Ya tienen un par de casa casi terminadas y también un cobertizo que usan como tahona, donde nos dejaron hacer una especie de crepes. Al menos, almorzamos un poco, aunque las habilidades con la masa de nuestro grupo resultaron más bien pobres.
Birka fue una población bastante importante en la era de los vikingos. Se calcula que llegó a tener unos 2000 habitantes, lo que era mucho en aquellos tiempos. Se cree que su decadencia llegó por culpa del cambio climatico. En efecto, no es nada nuevo. Hace mil años el mar empezó a bajar de nivel. Birka era un centro comercial al que se accedía por el sur, a través de un canal junto a la ciudad de Södertälje. Pero, con la bajada del nivel del mar, el canal se hizo impracticable, por lo que los barcos tenían que rodear por Estocolmo, al este. Y, vaya, para qué iban a llegar hasta Birka, si podían quedarse en Estocolmo. Conque Birka fue declinando y acabó siendo destruida y desapareciendo del mapa. Hoy día el nivel del agua está unos cinco metros por debajo del que había en tiempos del esplendor de la población. Así que la isla es bastante más grande que entonces y muchas de las instalaciones (el museo, la cafetería, el poblado reconstruido y demás) están en la zona que antes estaba cubierta por el lago. De este modo, no se afecta a los posibles restos arqueológicos.
A las tres de la tarde cogimos el barco de vuelta que, para nuestra sorpresa, estaba repleto. Al parecer, durante la mañana lo habían usado como restaurante flotante para gente que habían recogido en otra isla cercana. Así que fuimos a dejarles en esa isla (con lo que el barco volvió a quedar semivacío y pudimos volver a coger una mesa para nosotros). Pero prácticamente habían acabado con toda la comida de a bordo, y nosotros no habíamos comido. Conque tuvimos que arreglarnos con café y algunos pasteles bastante contundentes que vendían y que volvieron a hacer estragos en los estómagos de algunos Babiles. Que eran unos flojos, oiga. Bueno, otras dos horitas de viaje y vuelta a Estocolmo.
Esa noche hubo algunas discusiones para la cena. B2 y B3 teníamos hambre, pero el resto afirmaban ser incapaces de tragar nada. Ni puto caso: después de dar alguna vuelta por la ciudad, acabamos en una barbacoa mongola. Que resultó ser una especie de buffet libre, donde llenabas el plato con lo que querías de unos recipientes en los que había verduras, carne y pescados varios, les echabas por encima la primera salsa que se te ocurría, se lo entregabas a un cocinero (con pinta de mongol, ciertamente) y éste te lo preparaba en una plancha. El pobre hombre trabajaba a destajo, porque el local estaba bastante lleno. Podía preparar siete u ocho platos a la vez en la plancha, así que siempre acababas con algo que no habías puesto tú. Por lo que vimos, el local era bastante popular entre la juventud de la ciudad. Supongo que el motivo es que era relativamente barato, pues la calidad de la comida no era muy allá. Y, como señalaron algunos Babiles, era evidente que la inspección sanitaria sueca no es muy exigente.
Y terminamos haciendo de turistas: ya que no habíamos podido entrar en el Ice Hotel de Kiruna, fuimos al Ice Bar de Estocolmo. Que está dentro de un hotel y pertenece a la misma empresa que el Ice Hotel. Yo era contrario a la idea, porque no me apetecía pagar 150 Kr de entrada sólo por la chorradita, y que luego me clavaran por cualquier consumición. Pero perdí la votación por 4 a 1. Y oye, ahora me alegro de haber perdido. Por un lado, la entrada incluía consumición, así que la clavada no fue tan grande. Por otro, lo cierto es que el sitio es muy curioso. Es pequeñito, eso sí, conque había cola para entrar. Está construido casi íntegramente en hielo; paredes, barras, mesas, sillas y todo. Incluídos los vasos. Aunque en la entrada nos dieron unos capotes térmicos que funcionaban muy bien. Pese a que la temperatura interior es de -5°C, no teníamos nada de frío. Eso sí: si no os gusta el vodka, absteneos, porque no hay otra cosa. El lugar está patrocinado parcialmente por Absolut, así que todo lo que sirven son bebidas a base de vodka (o sin alcohol). Pero oye, todas las que pedimos estaban muy buenas. Sin cubitos de hielo, claro; para eso te lo servían en un vaso de hielo. Supongo que controlan bastante la humedad del local, porque se bebía muy bien y, desde luego, no se te quedaban los labios pegados al vaso.
El bar está al ladito de la estación, conque ya nos fuimos a coger, por última vez, el tren que nos llevaría a Älvsjö. Al menos, B3 y yo. Los demás se quedaron a dar una última vuelta nocturna por la ciudad que resultó bastante movidita. Pero dejaré que os la cuenten ellos mismos en los comentarios.
A las 9,30h cogimos el ferry que nos llevaría a Birka. El antiguo poblado vikingo estaba situado en una isla del lago Mälaren, a la que sólo se puede llegar por barco. Se tenían numerosos documentos que hablaban de la existencia de Birka, pero se desconocía su localización exacta. Así que, por similitud fonética, los arqueólogos se pusieron a buscar en la isla de Björkö. Y justo, allí estaba. A diferencia de otras antiguas ciudades vikingas, no se había vuelto a construir en el lugar en que se encontraba ésta, por lo que las excavaciones fueron relativamente fáciles y se encontraron abundantes restos. De manera que hoy podemos saber mucho sobre el asentamiento y se utiliza la isla como centro de investigación de los vikingos.
Pues sí, la cosa está montada bastante en serio, aunque con algunas concesiones para el turismo. Por ejemplo, nuestra guía iba vestida de vikinga. Eso sí, sus ropas se habían elaborado con bastante fidelidad histórica; nada de cascos con cuernos ni similares (no, los vikingos no llevaban cuernos en los cascos; después de quitarse el casco, pues más o menos como los demás, supongo).
Por desgracia, salió un día bastante desapacible. Hacía fresco, con bastante viento y lluvia, por lo que pasamos las dos horas de viaje en la cubierta interior del barco. Aunque habíamos tenido suerte; las visitas a Birka, precisamente por la climatología, se interrumpirían dos días más tarde, hasta la primavera.
Una vez en la isla había dos actividades principales: la visita al museo (libre o guiada) y la visita guiada a la isla. Nosotros, claro, nos apuntamos a las dos. La segunda fue un tanto apresurada por culpa del mal tiempo. Que nuestra pobre guía sufría especialemente, pese a la capa que llevaba. Creo que estaba cogiendo un resfriado importante. De todos modos, la chica nos enseñó todo bastante bien.
Además de esto, en la isla hay más actividades organizadas, si bien muchas de ellas no estaban disponibles en ese momento. Sí que pudimos ver la reconstrucción del poblado que se está llevando a cabo. Hay un proyecto universitario para construir un poblado al estilo vikingo, usando las mismas técnicas y materiales que se cree se utilizaban hace un milenio. Ya tienen un par de casa casi terminadas y también un cobertizo que usan como tahona, donde nos dejaron hacer una especie de crepes. Al menos, almorzamos un poco, aunque las habilidades con la masa de nuestro grupo resultaron más bien pobres.
Birka fue una población bastante importante en la era de los vikingos. Se calcula que llegó a tener unos 2000 habitantes, lo que era mucho en aquellos tiempos. Se cree que su decadencia llegó por culpa del cambio climatico. En efecto, no es nada nuevo. Hace mil años el mar empezó a bajar de nivel. Birka era un centro comercial al que se accedía por el sur, a través de un canal junto a la ciudad de Södertälje. Pero, con la bajada del nivel del mar, el canal se hizo impracticable, por lo que los barcos tenían que rodear por Estocolmo, al este. Y, vaya, para qué iban a llegar hasta Birka, si podían quedarse en Estocolmo. Conque Birka fue declinando y acabó siendo destruida y desapareciendo del mapa. Hoy día el nivel del agua está unos cinco metros por debajo del que había en tiempos del esplendor de la población. Así que la isla es bastante más grande que entonces y muchas de las instalaciones (el museo, la cafetería, el poblado reconstruido y demás) están en la zona que antes estaba cubierta por el lago. De este modo, no se afecta a los posibles restos arqueológicos.
A las tres de la tarde cogimos el barco de vuelta que, para nuestra sorpresa, estaba repleto. Al parecer, durante la mañana lo habían usado como restaurante flotante para gente que habían recogido en otra isla cercana. Así que fuimos a dejarles en esa isla (con lo que el barco volvió a quedar semivacío y pudimos volver a coger una mesa para nosotros). Pero prácticamente habían acabado con toda la comida de a bordo, y nosotros no habíamos comido. Conque tuvimos que arreglarnos con café y algunos pasteles bastante contundentes que vendían y que volvieron a hacer estragos en los estómagos de algunos Babiles. Que eran unos flojos, oiga. Bueno, otras dos horitas de viaje y vuelta a Estocolmo.
Esa noche hubo algunas discusiones para la cena. B2 y B3 teníamos hambre, pero el resto afirmaban ser incapaces de tragar nada. Ni puto caso: después de dar alguna vuelta por la ciudad, acabamos en una barbacoa mongola. Que resultó ser una especie de buffet libre, donde llenabas el plato con lo que querías de unos recipientes en los que había verduras, carne y pescados varios, les echabas por encima la primera salsa que se te ocurría, se lo entregabas a un cocinero (con pinta de mongol, ciertamente) y éste te lo preparaba en una plancha. El pobre hombre trabajaba a destajo, porque el local estaba bastante lleno. Podía preparar siete u ocho platos a la vez en la plancha, así que siempre acababas con algo que no habías puesto tú. Por lo que vimos, el local era bastante popular entre la juventud de la ciudad. Supongo que el motivo es que era relativamente barato, pues la calidad de la comida no era muy allá. Y, como señalaron algunos Babiles, era evidente que la inspección sanitaria sueca no es muy exigente.
Y terminamos haciendo de turistas: ya que no habíamos podido entrar en el Ice Hotel de Kiruna, fuimos al Ice Bar de Estocolmo. Que está dentro de un hotel y pertenece a la misma empresa que el Ice Hotel. Yo era contrario a la idea, porque no me apetecía pagar 150 Kr de entrada sólo por la chorradita, y que luego me clavaran por cualquier consumición. Pero perdí la votación por 4 a 1. Y oye, ahora me alegro de haber perdido. Por un lado, la entrada incluía consumición, así que la clavada no fue tan grande. Por otro, lo cierto es que el sitio es muy curioso. Es pequeñito, eso sí, conque había cola para entrar. Está construido casi íntegramente en hielo; paredes, barras, mesas, sillas y todo. Incluídos los vasos. Aunque en la entrada nos dieron unos capotes térmicos que funcionaban muy bien. Pese a que la temperatura interior es de -5°C, no teníamos nada de frío. Eso sí: si no os gusta el vodka, absteneos, porque no hay otra cosa. El lugar está patrocinado parcialmente por Absolut, así que todo lo que sirven son bebidas a base de vodka (o sin alcohol). Pero oye, todas las que pedimos estaban muy buenas. Sin cubitos de hielo, claro; para eso te lo servían en un vaso de hielo. Supongo que controlan bastante la humedad del local, porque se bebía muy bien y, desde luego, no se te quedaban los labios pegados al vaso.
El bar está al ladito de la estación, conque ya nos fuimos a coger, por última vez, el tren que nos llevaría a Älvsjö. Al menos, B3 y yo. Los demás se quedaron a dar una última vuelta nocturna por la ciudad que resultó bastante movidita. Pero dejaré que os la cuenten ellos mismos en los comentarios.
jueves, septiembre 21, 2006
07/09 Una bromita muy fina
Tal vez a algún avispado lector le haya llamado la atención que en el relato del día anterior mencionara que habíamos comprado cosas para desayunar. Con lo que suelo alabar los desayunos fuertes en los viajes, y el buffet del cámping en concreto. Retrocedamos unos días para conocer el motivo.
Sábado 2 de septiembre. Nos acabábamos de instalar en nuestra cabaña de Älvsjö. En un momento dado, se me acerca el Babil 3, con risas de fondo a cargo del resto del grupo.
B3: Oye, no te había comentado que el avión de vuelta de Kiruna sale a las seis de la mañana, ¿verdad?
B2: Mira, a mis años no voy a caer en ese truco tan viejo.
B3: Que sí, que es verdad.
B2: Que no me lo creo (B3 pone los billetes delante de mis narices). ¡Me cago en tu puta calavera!
Así que nos teníamos que levantar el jueves a las 4,30h. Sin anestesia. Al menos, ya había luz, porque amanecía muy pronto. Los días todavía eran largos, más de 14 horas. Teniendo en cuenta que faltaban menos de quince días para el equinoccio, podéis imaginar a qué velocidad menguaban. Cada día duraba siete u ocho minutos menos que el anterior.
El cámping empezaba a servir desayunos temprano, pero no tanto, conque nos comimos los yogures y demás que habíamos comprado el día anterior. Al menos, para mi satisfacción, se repitió la misma jugada en las duchas que los días anteriores: todos los Babiles se escaldaban con el agua, menos yo, que tenía una temperatura perfecta. El motivo es un misterio. Podría haberme metido con otro más en la ducha para ver si lo que a él le parecía insoportablemente caliente era agradable para mí, pero oye, preferimos quedarnos con la duda.
Conque echamos la llave del bungalow por el buzón del cámping y salimos hacia el aeropuerto. Repetimos la jugada con las llaves del coche, pasamos el control de acceso (esta vez sólo me confiscaron un cortauñas) y al avión.
Algunos de nuestros valientes Babiles pasaron el viaje durmiendo. Pero yo, que soy el que más se queja al levantarse por las mañanas, lo dediqué a seguir escribiendo este diario. No porque sea más sacrificado, sino porque soy incapaz de dormir en un avión.
Al llegar a Estocolmo, en vez de ir a dejar las maletas a casa, las metimos otra vez en las consignas de la estación y empezamos el pateo diario. Primero desayunamos y luego sucumbimos a la campaña termita de B3, que insistía en ir a ver cosas de vikingos cada cinco minutos, y fuimos a la oficina de turismo a buscar información sobre viajes a Visby y Birka.
Visby es una ciudad medieval en la isla de Gotland, no exageradamente lejos de Estocolmo, pero sí lo suficiente como para que la chica de turismo nos desaconsejara intentar hacer la visita en un sólo día. Puesto que sólo nos quedaban dos en Suecia, la descartamos. Pero no así la de Birka. Lo malo era que sólo salía un barco al día, a las 9,30h, y ya eran las 10h, de modo que tendríamos que dejarlo para el siguiente.
Así que nos pusimos a planear qué podíamos hacer ese día en Estocolmo. Y tiramos por el camino simple: nos compramos la Stockholm Card para un día (la venden para 1, 2 ó 3) y nos dedicamos a ver museos.
El primero fue el de Historia (Historiska Museet). Que tiene una gran sala dedicada a... pues sí, los vikingos. Allí aprendimos cosas como que sólo el 2% de la población escandinava durante la llamada Era de los Vikingos eran realmente vikingos. Es decir: iban por ahí con los barcos dedicándose al comercio y el pillaje. El resto vivía tranquilamente en su pueblo. Y muchas cosas más. Dejaré que nuestro Babil 3 nos ilustre con algún comentario, aparte de lo que cuente en la entrada dedicada al día siguiente (y la consiguiente visita a Birka).
El museo tiene otras salas más convencionales y una tienda donde compramos algunos regalitos. Pasamos allí toda la mañana y luego nos fuimos a la Academia Sueca, donde también está el Museo Nobel. El museo no es muy grande, pero es interesante. Está dedicado en su mayor parte, cómo no, a los premios. También hay una sala dedicada a Alfred Nobel y una exposición temporal, que en este caso trataba sobre Albert Einstein. Había un vídeo bastante original, en el que un grupo de científicos suecos cenaban juntos mientras charlaban sobre él, y varias exposiciones sobre sus logros científicos y la historia de su premio Nobel; especialmente, por qué tardaron tantos años en concedérselo.
Cuando salimos ya eran más de las tres, y a las cuatro empiezan a cerrar las cosas, conque fuimos a visitar el cercano Palacio Real. Que, al igual que sucede en Madrid, no es actualmente la residencia de los reyes, aunque sí se usa para algunas ceremonias. Fue una visita muy apresurada porque allí son estrictos con los horarios. Si cierran a las cuatro, a esa hora ya no queda un alma en el interior.
Y, como suele decirse, el espíritu está presto, pero la carne es débil. Es decir: nuestros Babiles empezaban a acusar el cansancio por el madrugón. Además, el día era bastante desapacible. Conque nos metimos en un café y nos tomamos unos chocolates tranquilamente. Al fin y al cabo, apenas habíamos comido (yo un bocadillo pequeño; los demás, creo que ni eso). Estaba claro que andábamos bastante necesitados de reposo, porque ninguno de los cinco parecía tener ninguna prisa por terminar su consumición ni volver a salir a la calle.
Los chocolatitos hicieron su efecto y salimos a la calle con otra cara. Nos dimos un paseíto y a cenar, porque esa noche teníamos que cenar pronto. Pronto para nosotros; para los suecos habría sido una hora más o menos normal. Acabamos en un japonés, para alegría de los fans del sushi (B2 y B5, principalmente). Aunque los demás, menos acostumbrados a él, también acabaron apreciándolo bastante.
La razón por la que cenamos pronto era que luego queríamos ir a un concierto. A ver a Big Brother and the Holding Company. Sí, el antiguo grupo de Janis Joplin aún hace conciertos por ahí. Aunque sin Janis, claro, que murió hace 36 años. Para mí el concierto tenía un interés escasito: soy muy fan de Janis, pero Big Brother siempre me parecieron un grupo de tercera que tuvo mucha suerte con la cantante que les cayó. Al menos, esperaba que en todo este tiempo hubieran aprendido a tocar e hicieran un concierto de blues aceptable.
Liderados por B3, que una vez más había sido el instigador, fuimos hacia el club de jazz donde se celebraba el concierto. Allí descubrimos que la gente cenaba durante el mismo. Vaya, podíamos haber ido antes, coger mesa y cenar allí. Pero bueno, cogimos sitio junto a la barra, que tampoco está mal. Teníamos las cervezas cerca. A precio de bar normal; ya podría ser así en las salas de conciertos de Madrid.
A veces tienes suerte con estos grupos. Ya no queda casi nadie de los originales, pero han contratado a gente competente, tocan bien y se les ve que disfrutan. En este caso, sin embargo, estaban casi todos los del grupo original. Aparte de Janis, claro, sólo faltaba uno de los guitarras, James Gurley, que había sido sustituido por un tipo que antes tocaba en los Proclaimers. Y habían contratado a una chica que cantaba bastante bien, sobre todo cuando no tenía que imitar demasiado a la inimitable (aun en estos casos, lo hacía bien). En cuanto a los originales, el bajista Peter Albin me sorprendió agradablemente, el batería Dave Getz lo hizo bastante bien, y Sam Andrew sigue siendo uno de los peores guitarristas que he tenido la desgracia de escuchar en mi vida. Yo creo que no acertaba mucho más de la mitad de las notas. Por suerte, dejaba casi todo el protagonismo al otro guitarra, que era bastante mejor. Sam no era ni siquiera el segundo mejor guitarrista del grupo; la cantante también tocaba bastante mejor que él.
Después de que acabara el concierto, B1 comprara un disco que habían grabado en directo un par de años antes y consiguiera que se lo firmaran todos los de la banda (pese a que los dos nuevos no estaban en él), nos fuimos. Hubo alguna petición de ir a tomar algo a otro garito, pero al final se impuso la cordura y nos fuimos a dormir de una vez.
Sábado 2 de septiembre. Nos acabábamos de instalar en nuestra cabaña de Älvsjö. En un momento dado, se me acerca el Babil 3, con risas de fondo a cargo del resto del grupo.
B3: Oye, no te había comentado que el avión de vuelta de Kiruna sale a las seis de la mañana, ¿verdad?
B2: Mira, a mis años no voy a caer en ese truco tan viejo.
B3: Que sí, que es verdad.
B2: Que no me lo creo (B3 pone los billetes delante de mis narices). ¡Me cago en tu puta calavera!
Así que nos teníamos que levantar el jueves a las 4,30h. Sin anestesia. Al menos, ya había luz, porque amanecía muy pronto. Los días todavía eran largos, más de 14 horas. Teniendo en cuenta que faltaban menos de quince días para el equinoccio, podéis imaginar a qué velocidad menguaban. Cada día duraba siete u ocho minutos menos que el anterior.
El cámping empezaba a servir desayunos temprano, pero no tanto, conque nos comimos los yogures y demás que habíamos comprado el día anterior. Al menos, para mi satisfacción, se repitió la misma jugada en las duchas que los días anteriores: todos los Babiles se escaldaban con el agua, menos yo, que tenía una temperatura perfecta. El motivo es un misterio. Podría haberme metido con otro más en la ducha para ver si lo que a él le parecía insoportablemente caliente era agradable para mí, pero oye, preferimos quedarnos con la duda.
Conque echamos la llave del bungalow por el buzón del cámping y salimos hacia el aeropuerto. Repetimos la jugada con las llaves del coche, pasamos el control de acceso (esta vez sólo me confiscaron un cortauñas) y al avión.
Algunos de nuestros valientes Babiles pasaron el viaje durmiendo. Pero yo, que soy el que más se queja al levantarse por las mañanas, lo dediqué a seguir escribiendo este diario. No porque sea más sacrificado, sino porque soy incapaz de dormir en un avión.
Al llegar a Estocolmo, en vez de ir a dejar las maletas a casa, las metimos otra vez en las consignas de la estación y empezamos el pateo diario. Primero desayunamos y luego sucumbimos a la campaña termita de B3, que insistía en ir a ver cosas de vikingos cada cinco minutos, y fuimos a la oficina de turismo a buscar información sobre viajes a Visby y Birka.
Visby es una ciudad medieval en la isla de Gotland, no exageradamente lejos de Estocolmo, pero sí lo suficiente como para que la chica de turismo nos desaconsejara intentar hacer la visita en un sólo día. Puesto que sólo nos quedaban dos en Suecia, la descartamos. Pero no así la de Birka. Lo malo era que sólo salía un barco al día, a las 9,30h, y ya eran las 10h, de modo que tendríamos que dejarlo para el siguiente.
Así que nos pusimos a planear qué podíamos hacer ese día en Estocolmo. Y tiramos por el camino simple: nos compramos la Stockholm Card para un día (la venden para 1, 2 ó 3) y nos dedicamos a ver museos.
El primero fue el de Historia (Historiska Museet). Que tiene una gran sala dedicada a... pues sí, los vikingos. Allí aprendimos cosas como que sólo el 2% de la población escandinava durante la llamada Era de los Vikingos eran realmente vikingos. Es decir: iban por ahí con los barcos dedicándose al comercio y el pillaje. El resto vivía tranquilamente en su pueblo. Y muchas cosas más. Dejaré que nuestro Babil 3 nos ilustre con algún comentario, aparte de lo que cuente en la entrada dedicada al día siguiente (y la consiguiente visita a Birka).
El museo tiene otras salas más convencionales y una tienda donde compramos algunos regalitos. Pasamos allí toda la mañana y luego nos fuimos a la Academia Sueca, donde también está el Museo Nobel. El museo no es muy grande, pero es interesante. Está dedicado en su mayor parte, cómo no, a los premios. También hay una sala dedicada a Alfred Nobel y una exposición temporal, que en este caso trataba sobre Albert Einstein. Había un vídeo bastante original, en el que un grupo de científicos suecos cenaban juntos mientras charlaban sobre él, y varias exposiciones sobre sus logros científicos y la historia de su premio Nobel; especialmente, por qué tardaron tantos años en concedérselo.
Cuando salimos ya eran más de las tres, y a las cuatro empiezan a cerrar las cosas, conque fuimos a visitar el cercano Palacio Real. Que, al igual que sucede en Madrid, no es actualmente la residencia de los reyes, aunque sí se usa para algunas ceremonias. Fue una visita muy apresurada porque allí son estrictos con los horarios. Si cierran a las cuatro, a esa hora ya no queda un alma en el interior.
Y, como suele decirse, el espíritu está presto, pero la carne es débil. Es decir: nuestros Babiles empezaban a acusar el cansancio por el madrugón. Además, el día era bastante desapacible. Conque nos metimos en un café y nos tomamos unos chocolates tranquilamente. Al fin y al cabo, apenas habíamos comido (yo un bocadillo pequeño; los demás, creo que ni eso). Estaba claro que andábamos bastante necesitados de reposo, porque ninguno de los cinco parecía tener ninguna prisa por terminar su consumición ni volver a salir a la calle.
Los chocolatitos hicieron su efecto y salimos a la calle con otra cara. Nos dimos un paseíto y a cenar, porque esa noche teníamos que cenar pronto. Pronto para nosotros; para los suecos habría sido una hora más o menos normal. Acabamos en un japonés, para alegría de los fans del sushi (B2 y B5, principalmente). Aunque los demás, menos acostumbrados a él, también acabaron apreciándolo bastante.
La razón por la que cenamos pronto era que luego queríamos ir a un concierto. A ver a Big Brother and the Holding Company. Sí, el antiguo grupo de Janis Joplin aún hace conciertos por ahí. Aunque sin Janis, claro, que murió hace 36 años. Para mí el concierto tenía un interés escasito: soy muy fan de Janis, pero Big Brother siempre me parecieron un grupo de tercera que tuvo mucha suerte con la cantante que les cayó. Al menos, esperaba que en todo este tiempo hubieran aprendido a tocar e hicieran un concierto de blues aceptable.
Liderados por B3, que una vez más había sido el instigador, fuimos hacia el club de jazz donde se celebraba el concierto. Allí descubrimos que la gente cenaba durante el mismo. Vaya, podíamos haber ido antes, coger mesa y cenar allí. Pero bueno, cogimos sitio junto a la barra, que tampoco está mal. Teníamos las cervezas cerca. A precio de bar normal; ya podría ser así en las salas de conciertos de Madrid.
A veces tienes suerte con estos grupos. Ya no queda casi nadie de los originales, pero han contratado a gente competente, tocan bien y se les ve que disfrutan. En este caso, sin embargo, estaban casi todos los del grupo original. Aparte de Janis, claro, sólo faltaba uno de los guitarras, James Gurley, que había sido sustituido por un tipo que antes tocaba en los Proclaimers. Y habían contratado a una chica que cantaba bastante bien, sobre todo cuando no tenía que imitar demasiado a la inimitable (aun en estos casos, lo hacía bien). En cuanto a los originales, el bajista Peter Albin me sorprendió agradablemente, el batería Dave Getz lo hizo bastante bien, y Sam Andrew sigue siendo uno de los peores guitarristas que he tenido la desgracia de escuchar en mi vida. Yo creo que no acertaba mucho más de la mitad de las notas. Por suerte, dejaba casi todo el protagonismo al otro guitarra, que era bastante mejor. Sam no era ni siquiera el segundo mejor guitarrista del grupo; la cantante también tocaba bastante mejor que él.
Después de que acabara el concierto, B1 comprara un disco que habían grabado en directo un par de años antes y consiguiera que se lo firmaran todos los de la banda (pese a que los dos nuevos no estaban en él), nos fuimos. Hubo alguna petición de ir a tomar algo a otro garito, pero al final se impuso la cordura y nos fuimos a dormir de una vez.
martes, septiembre 19, 2006
06/09 Último día en Laponia
El miércoles nos levantamos a las 6,30h. Y diréis: ¿para qué quiere irse de vacaciones una persona si luego se levanta a las seis y media? Desgraciadamente, no tengo una buena respuesta. Al menos, gracias a lo intempestivo de la hora tuve más tiempo para atiborrarme en el desayuno.
Nuestro plan para este día consistía en ir hasta Narvik, pasando por el Parque Nacional de Abisko. Narvik, en la costa noruega, está a unos 170 km de Kiruna, aunque sus términos municipales son contiguos. Nuestra ruta discurriría a lo largo del lago Torneträsk, el más grande de Kiruna. Como casi todos los de la zona es alargado, con unos 70 km de longitud, extendido de este a oeste. Bueno, más bien de este-sudeste a oeste-noroeste, de modo que viajaríamos ligeramente hacia el norte.
Por supuesto, el lago Torneträsk es maravilloso. Por el camino paramos a admirarlo y hacernos las fotos de rigor. Cada vez entendíamos menos a todos los suecos que se extrañaban de que quisiéramos venir aquí. Sólo se me ocurren dos motivos para ello:
- Que se extrañaran de que viniéramos fuera de temporada
- Que asumieran que un grupo de hombres cuarentones sólo podían hacer un viaje juntos para ponerse ciegos de follar
La frontera entre Suecia y Noruega la marcan los Montes Escandinavos. Una vez los cruzas, la diferencia de paisaje es muy grande, pues en el lado sueco predomina la llanura, mientras en el noruego las montañas descienden hasta el mar. Esto forma los justamente famosos fiordos.
Precisamente, Narvik se encuentra al fondo de uno bastante largo, el Ofotfjorden. Para llegar a la ciudad tuvimos que atravesar un puente sobre el final del fiordo y es muy impresionante, porque cruza a bastante altura.
La orilla norte del fiordo termina en las famosas Islas Lofoten, y a nuestro Babil 4 le molaba ir a verlas. Lo malo es que, como nos habían dicho tantas veces, estábamos ya fuera de temporada. Conque desde Narvik sólo había un barco que tardaba casi cuatro horas. Bueno, podíamos aprovechar para hacer un crucero por el fiordo; lo malo era que no volvía hasta el día siguiente. Se propuso ir en coche, pero hay más de 200 km y la carretera no tenía pinta de ser nada buena. Así que, para desconsuelo de nuestro Babil, tuvimos que abandonar la idea.
A cambio, la chica de la oficina de turismo nos propuso ir a Skjomen, que es un brazo del fiordo. Nos dijo que fuéramos hacia el sur, cogiéramos la carretera hacia la izquierda justo antes de llegar a un puente (otro distinto del anterior, pues veníamos del norte) y luego siguiéramos hasta Sørskjomen. A falta de otro plan, haremos eso.
Pero antes entramos a ver el Museo de la Cruz Roja de Narvik. Que, en realidad, está dedicado a la Batalla de Narvik (o batallas, porque hubo varias), en la Segunda Guerra Mundial. Como ya he mencionado, Narvik es la salida al Atlántico para el hierro procedente de las minas de Kiruna, por lo que era un puerto de gran importancia estratégica y hubo una gran lucha por su dominio, principalmente entre británicos y alemanes. El museo está muy bien montado, como mucha información y abundantes objetos de la época. A lo mejor me dio el día flojo, pero lo que más me impresionó fue una colección de juguetes fabricados por prisioneros de guerra para intercambiarlos por comida y ropa de abrigo con la población local. Algunos de esos juguetes estaban muy bien hechos.
Y luego nos dimos una vuelta por la ciudad, donde vimos una iglesia bastante bonita y el aeropuerto, que está justo en la orilla del mar. Antes nos habíamos hecho unas fotos en un poste kilométrico que hay en el centro de la ciudad, con las distancias a distintos lugares del mundo. Estábamos a 2420 km del Polo Norte; puede parecer mucho, pero Estocolmo se nos había quedado 1437 km al sur. Narvik era casi el punto más septentrional que tocamos en nuestro viaje, a 68°25' de latitud norte (dos grados por encima del Círculo Polar).
Y por fin hicimos caso a la chica de Turismo y fuimos hacia Skjomen. Lo cierto es que el fiordo allí es impresionante, pues se estrecha mucho y las montañas son muy altas. La más alta llega a 1894 m, y saliendo desde el mar. Por el camino paramos un momento para subir una de las montañas y ver el fiordo desde allí. Nuestra montaña estaba entre dos brazos, por lo que teníamos una vista excelente desde la cima. Todos estábamos de acuerdo en que la chica sabía lo que decía.
Luego seguimos hasta Sørskjomen, que está justo al final del brazo del fiordo. En la carretera vimos una cría de halcón, o algo parecido, parada en el suelo. Bajamos y vimos que la pobre tenía un ala rota, conque su futuro no parecía muy prometedor. Pero tampoco sabíamos qué hacer con ella, así que tuvimos que dejarla.
Y llegamos a Sørskjomen. La vista desde allí, incluso con las nubes bajas que nos impedían ver las cimas de las montañas, era de lo más extraordinario que he visto en mi vida. Supongo que en un día sin nubes debe de ser para que se te caiga la quijada al suelo. La taiga de la Laponia sueca se ciertamente bonita, pero esto era la leche. Tan impresionados nos quedamos que dos de nuestros Babiles decidieron repetir la jugada del día anterior y bañarse en el fiordo. Aunque esta vez habían venido preparados y traían bañador y toalla. Así que, con más cojones que sesera, B1 y B4 se metieron en la gélida agua. Porque, aunque estábamos en el Atlántico y, por tanto, bajo la influencia de la Corriente del Golfo (el Océano Glacial Ártico no empieza hasta Cabo Norte, a más de 700 km de Narvik), éste era un brazo bastante recóndito del fiordo y no hacía sol. De los gritos de B1 se podía deducir que, en efecto, la temperatura del agua era bastante inferior a la del lago Jukkasjärvi. De las zambullidas de B4, que su cerebro no funciona.
Como teníamos más planes para el resto del día, nos volvimos a Narvik. Echamos una poca gasolina (suficiente para llegar a Suecia pero no mucho más, porque era apreciablemente más cara que en el país vecino) y nos metimos a comer en un puesto de comida que habíamos visto en una pescadería junto al museo. Había pescado de muchas maneras (salmón, bacalao y demás) y también ballena. Noruega es uno de los pocos países del mundo que sigue capturando ballenas, aunque tienen prohibida la exportación. El caso es que, claro, aprovechamos para probar la carne de ballena. No mucha, porque pedimos un plato de guisado para los cinco y tenía mucha más patata que carne. A lo que más me recordó es al reno. No olvidemos que la ballena es un cetáceo, conque no sabe a pescado en absoluto.
Y ya nos fuimos hacia Abisko, que era el otro punto de interés del día. Por desgracia, el tiempo iba empeorando. No es que hiciera mucho frío, pero llovía bastante, que es peor si tu intención es dar una vuelta por un Parque Natural.
El Parque Natural de Abisko está en el extremo occidental del lago Torneträsk, ya en Suecia, pero cerca de la frontera noruega. Es un parque pequeño con muchas sendas, conque estuvimos mirando cuál podíamos hacer en poco rato, en vista del tiempo. Aunque, como la lluvia amainaba, acabamos cogiendo una que nos llevaría un par de horas. Fuimos bordeando un río, donde aproveché para dar rienda suelta a mi acrouremia (palabro inventado por mí para describir la atracción por mear desde lugares altos). Lo cierto es que fue un paseo muy agradable por el parque.
Y volvimos al albergue cuando ya estaba oscureciendo, así que compramos algunas cosas para el desayuno del día siguiente y volvimos a Kiruna. Antes paramos en la gasolinera de Abisko... que cerraba a las seis de la tarde. Si no fuéramos tan zoquetes, habríamos echado gasolina antes de irnos a andar, sabiendo los horarios de la zona. Pero lo somos, qué le vamos a hacer. Conque emprendimos el camino de vuelta con la esperanza de encontrar una gasolinera abierta. En una carretera de 100 km en la que el pueblo más grande tiene 10 habitantes, imaginaos las posibilidades: en efecto, ninguna. Pero llegamos sin complicaciones y sin que se encendiera la reserva hasta llegar a la ciudad. Llenamos el depósito y volvimos al cámping a cenar. Claro que llegamos bastante tarde, casi a las diez, hora en que cierran la cocina. Pero el cocinero nos dijo que podíamos comernos un entrecot de cordero que tenía. Y que, para variar, estaba excelente. Os lo podemos decir B3 y yo, porque los demás andaban con el estómago revuelto y apenas cenaron. Era curioso, nosotros dos teníamos un hambre voraz y los otros tres no comían nada. Puestos a elegir, elijo lo mío, claro.
Y a dormir, que al día siguiente nos esperaba un madrugón de verdad.
Nuestro plan para este día consistía en ir hasta Narvik, pasando por el Parque Nacional de Abisko. Narvik, en la costa noruega, está a unos 170 km de Kiruna, aunque sus términos municipales son contiguos. Nuestra ruta discurriría a lo largo del lago Torneträsk, el más grande de Kiruna. Como casi todos los de la zona es alargado, con unos 70 km de longitud, extendido de este a oeste. Bueno, más bien de este-sudeste a oeste-noroeste, de modo que viajaríamos ligeramente hacia el norte.
Por supuesto, el lago Torneträsk es maravilloso. Por el camino paramos a admirarlo y hacernos las fotos de rigor. Cada vez entendíamos menos a todos los suecos que se extrañaban de que quisiéramos venir aquí. Sólo se me ocurren dos motivos para ello:
- Que se extrañaran de que viniéramos fuera de temporada
- Que asumieran que un grupo de hombres cuarentones sólo podían hacer un viaje juntos para ponerse ciegos de follar
La frontera entre Suecia y Noruega la marcan los Montes Escandinavos. Una vez los cruzas, la diferencia de paisaje es muy grande, pues en el lado sueco predomina la llanura, mientras en el noruego las montañas descienden hasta el mar. Esto forma los justamente famosos fiordos.
Precisamente, Narvik se encuentra al fondo de uno bastante largo, el Ofotfjorden. Para llegar a la ciudad tuvimos que atravesar un puente sobre el final del fiordo y es muy impresionante, porque cruza a bastante altura.
La orilla norte del fiordo termina en las famosas Islas Lofoten, y a nuestro Babil 4 le molaba ir a verlas. Lo malo es que, como nos habían dicho tantas veces, estábamos ya fuera de temporada. Conque desde Narvik sólo había un barco que tardaba casi cuatro horas. Bueno, podíamos aprovechar para hacer un crucero por el fiordo; lo malo era que no volvía hasta el día siguiente. Se propuso ir en coche, pero hay más de 200 km y la carretera no tenía pinta de ser nada buena. Así que, para desconsuelo de nuestro Babil, tuvimos que abandonar la idea.
A cambio, la chica de la oficina de turismo nos propuso ir a Skjomen, que es un brazo del fiordo. Nos dijo que fuéramos hacia el sur, cogiéramos la carretera hacia la izquierda justo antes de llegar a un puente (otro distinto del anterior, pues veníamos del norte) y luego siguiéramos hasta Sørskjomen. A falta de otro plan, haremos eso.
Pero antes entramos a ver el Museo de la Cruz Roja de Narvik. Que, en realidad, está dedicado a la Batalla de Narvik (o batallas, porque hubo varias), en la Segunda Guerra Mundial. Como ya he mencionado, Narvik es la salida al Atlántico para el hierro procedente de las minas de Kiruna, por lo que era un puerto de gran importancia estratégica y hubo una gran lucha por su dominio, principalmente entre británicos y alemanes. El museo está muy bien montado, como mucha información y abundantes objetos de la época. A lo mejor me dio el día flojo, pero lo que más me impresionó fue una colección de juguetes fabricados por prisioneros de guerra para intercambiarlos por comida y ropa de abrigo con la población local. Algunos de esos juguetes estaban muy bien hechos.
Y luego nos dimos una vuelta por la ciudad, donde vimos una iglesia bastante bonita y el aeropuerto, que está justo en la orilla del mar. Antes nos habíamos hecho unas fotos en un poste kilométrico que hay en el centro de la ciudad, con las distancias a distintos lugares del mundo. Estábamos a 2420 km del Polo Norte; puede parecer mucho, pero Estocolmo se nos había quedado 1437 km al sur. Narvik era casi el punto más septentrional que tocamos en nuestro viaje, a 68°25' de latitud norte (dos grados por encima del Círculo Polar).
Y por fin hicimos caso a la chica de Turismo y fuimos hacia Skjomen. Lo cierto es que el fiordo allí es impresionante, pues se estrecha mucho y las montañas son muy altas. La más alta llega a 1894 m, y saliendo desde el mar. Por el camino paramos un momento para subir una de las montañas y ver el fiordo desde allí. Nuestra montaña estaba entre dos brazos, por lo que teníamos una vista excelente desde la cima. Todos estábamos de acuerdo en que la chica sabía lo que decía.
Luego seguimos hasta Sørskjomen, que está justo al final del brazo del fiordo. En la carretera vimos una cría de halcón, o algo parecido, parada en el suelo. Bajamos y vimos que la pobre tenía un ala rota, conque su futuro no parecía muy prometedor. Pero tampoco sabíamos qué hacer con ella, así que tuvimos que dejarla.
Y llegamos a Sørskjomen. La vista desde allí, incluso con las nubes bajas que nos impedían ver las cimas de las montañas, era de lo más extraordinario que he visto en mi vida. Supongo que en un día sin nubes debe de ser para que se te caiga la quijada al suelo. La taiga de la Laponia sueca se ciertamente bonita, pero esto era la leche. Tan impresionados nos quedamos que dos de nuestros Babiles decidieron repetir la jugada del día anterior y bañarse en el fiordo. Aunque esta vez habían venido preparados y traían bañador y toalla. Así que, con más cojones que sesera, B1 y B4 se metieron en la gélida agua. Porque, aunque estábamos en el Atlántico y, por tanto, bajo la influencia de la Corriente del Golfo (el Océano Glacial Ártico no empieza hasta Cabo Norte, a más de 700 km de Narvik), éste era un brazo bastante recóndito del fiordo y no hacía sol. De los gritos de B1 se podía deducir que, en efecto, la temperatura del agua era bastante inferior a la del lago Jukkasjärvi. De las zambullidas de B4, que su cerebro no funciona.
Como teníamos más planes para el resto del día, nos volvimos a Narvik. Echamos una poca gasolina (suficiente para llegar a Suecia pero no mucho más, porque era apreciablemente más cara que en el país vecino) y nos metimos a comer en un puesto de comida que habíamos visto en una pescadería junto al museo. Había pescado de muchas maneras (salmón, bacalao y demás) y también ballena. Noruega es uno de los pocos países del mundo que sigue capturando ballenas, aunque tienen prohibida la exportación. El caso es que, claro, aprovechamos para probar la carne de ballena. No mucha, porque pedimos un plato de guisado para los cinco y tenía mucha más patata que carne. A lo que más me recordó es al reno. No olvidemos que la ballena es un cetáceo, conque no sabe a pescado en absoluto.
Y ya nos fuimos hacia Abisko, que era el otro punto de interés del día. Por desgracia, el tiempo iba empeorando. No es que hiciera mucho frío, pero llovía bastante, que es peor si tu intención es dar una vuelta por un Parque Natural.
El Parque Natural de Abisko está en el extremo occidental del lago Torneträsk, ya en Suecia, pero cerca de la frontera noruega. Es un parque pequeño con muchas sendas, conque estuvimos mirando cuál podíamos hacer en poco rato, en vista del tiempo. Aunque, como la lluvia amainaba, acabamos cogiendo una que nos llevaría un par de horas. Fuimos bordeando un río, donde aproveché para dar rienda suelta a mi acrouremia (palabro inventado por mí para describir la atracción por mear desde lugares altos). Lo cierto es que fue un paseo muy agradable por el parque.
Y volvimos al albergue cuando ya estaba oscureciendo, así que compramos algunas cosas para el desayuno del día siguiente y volvimos a Kiruna. Antes paramos en la gasolinera de Abisko... que cerraba a las seis de la tarde. Si no fuéramos tan zoquetes, habríamos echado gasolina antes de irnos a andar, sabiendo los horarios de la zona. Pero lo somos, qué le vamos a hacer. Conque emprendimos el camino de vuelta con la esperanza de encontrar una gasolinera abierta. En una carretera de 100 km en la que el pueblo más grande tiene 10 habitantes, imaginaos las posibilidades: en efecto, ninguna. Pero llegamos sin complicaciones y sin que se encendiera la reserva hasta llegar a la ciudad. Llenamos el depósito y volvimos al cámping a cenar. Claro que llegamos bastante tarde, casi a las diez, hora en que cierran la cocina. Pero el cocinero nos dijo que podíamos comernos un entrecot de cordero que tenía. Y que, para variar, estaba excelente. Os lo podemos decir B3 y yo, porque los demás andaban con el estómago revuelto y apenas cenaron. Era curioso, nosotros dos teníamos un hambre voraz y los otros tres no comían nada. Puestos a elegir, elijo lo mío, claro.
Y a dormir, que al día siguiente nos esperaba un madrugón de verdad.
lunes, septiembre 18, 2006
05/09 La mina y los lagos
El horario del cámping era completamente irracional: sólo servían desayunos hasta las 9h. Aunque, por extraño que parezca, sólo uno de nuestros Babiles observó esa aberración. En cualquier caso, a las 8,30h ya estábamos arrasando el buffet libre, que estaba muy bien surtido. Y más nos valía desayunar bien, porque no sabíamos cuándo volveríamos a comer.
En el transcurso de su habitual carrera matutina, B1 y B4 pasaron por la oficina de turismo y cogieron billetes para visitar las minas de Kiruna. Sólo había una visita diaria con guía en inglés, a las 14,30h, de modo que teníamos toda la mañana para nosotros.
Decidimos ir hacia el Kebnekaise, el monte más alto de Suecia, que está en el término municipal de Kiruna. Claro que dicho término municipal es inmenso, ocupa nada menos que 20000 km². La mayoría de las comunidades autónomas españolas son más pequeñas. Así que cogimos la carretera que lleva hacia Nikkaluokta. Que, aunque suene finlandés, está en Suecia. Ocurre que el finés y el lapón son dos idiomas muy similares, de ahí los nombres de las poblaciones. Poblaciones que suelen ser diminutas. El municipio de Kiruna tiene 23000 habitantes, de los que 19000 viven en la propia Kiruna. Los otros 4000 están muy diseminados. Son pocos los núcleos con más de ocho o diez casas.
Nikkaluokta está a 68 km al oeste de Kiruna, pero el trayecto es muy bonito por los lagos que hay en el lado sur de la carretera. El término municipal tiene unos 6000 lagos, algunos muy grandes. Los tres que teníamos por el camino eran alargados, pero no muy anchos. Eso sí, bonitos. Como todo en Laponia, para qué vamos a decir otra cosa. Ahí vimos nuestros primeros renos, incluyendo dos que cruzaron la carretera delante de nosotros. Y también bajamos varias veces a pasear junto a los lagos y caminar sobre el musgo. En algunos sitios había una capa de unos 30 centímetros de musgo, la sensación al caminar sobre él era muy rara.
Nikkaluokta es un albergue y poco más, pero estaba lleno de montañeros. No teníamos mucho tiempo, así que no podíamos ni siquiera aproximarnos al Kebnekaise, pero sí estuvimos andando un rato por una de las pistas. Nos encontramos un montón de gente en sentido contrario. Debía de haber alguna marcha de regularidad, a juzgar por los aplausos con que les recibían al llegar al albergue (no, a nosotros no nos aplaudieron).
Volvimos a Kiruna justo a tiempo para montar en el autobús que nos llevaría a la mina. Como nos habíamos puesto hasta arriba en el desayuno (es lo que tiene el buffet libre), ni siquiera comimos.
La mina de hierro de Kiruna es la mayor mina subterránea del mundo, aunque no la más profunda. De hecho, Kiruna fue fundada en 1900 a causa de las minas. Hay una enorme mole de magnetita en forma de prisma rectangular inclinado 60° respecto de la horizontal. La mina está excavada junto a la mena de hierro; la van picando y cae en un sistema de transporte que la saca al exterior después de un tratamiento previo. Actualmente se está extrayendo mineral a más de 700 metros de profundidad, aunque la galería de transporte está a más de 1000.
A nosotros nos bajaron en el autobús hasta 530 metros de profundidad. Sí, la mina tiene un sistema de carreteras en su interior y por él circulan coches, camiones y autobuses. Es bastante impresionante. La visita a las minas despertó por un momento al ingeniero que tengo escondido por algún sitio.
Nuestro guía era un señor mayor, supongo que antiguo minero. No hablaba el inglés demasiado bien, aunque se hacía entender. En Suecia casi todo el mundo habla inglés, gracias en buena parte a que tanto el cine como la televisión se subtitulan, nunca se doblan. Y también, naturalmente, a que Suecia sólo tiene 9 millones de habitantes y fuera de allí el sueco no sirve para mucho. Así que más te vale conocer otro idioma o tu mundo se queda muy pequeño. No digamos ya con el lapón, que sólo hablan unos pocos miles de personas.
Bien, el caso es que el guía era bastante parsimonioso, lo que desesperaba a algunos de nuestros Babiles. Pero a mí me gustó conocer todo el proceso de extracción y tratamiento de la magnetita, incluso el sistema de ferrocarril para transportar el mineral tratado hasta los puertos de Narvik (en la costa atlántica noruega) y Luleå (en la báltica sueca). Narvik y Kiruna son dos localidades bastante conectadas entre sí, pese a estar separadas por más de 150 km. Claro que en Laponia las distancias funcionan de otra manera.
La visita a las minas dura unas tres horas, incluyendo el trayecto desde el centro de Kiruna, la proyección de un documental, el recorrido por una galería con paneles explicativos y máquinas varias, una parada para tomar café, la visita a un museo sobre la historia de Kiruna y las minas (creo que esta fue la parte que más gustó a varios Babiles, no sé si porque no estaba el guía o porque pudimos hacer el tonto con los vagones de tranvía que había en él) y la vuelta, de nuevo en autobús, al lugar de partida.
Una cosa que me llamó mucho la atención fue cómo, a consecuencia de la actividad minera, Kiruna va a tener que desplazarse. La extracción del mineral provoca grietas en el terreno que van avanzando hacia la ciudad, por lo que poco a poco se tendrá que ir retirando. Ya hay planes a muchos años vista, incluso hasta 2130. Algunos edificios singulares, como el ayuntamiento o la iglesia, se moverán. Los demás, simplemente, se derribarán y construirán otros.
Eso de mover edificios puede parecer un poco raro, claro. La iglesia es de madera, construida al estilo lapón (no hace mucho fue elegida como el edificio más bonito de Suecia), así que en su día se desmontará y volverá a ensamblarse en otro sitio. Para el ayuntamiento, con su llamativa torre de hierro forjado, la idea es construir un vehículo de transporte lo suficientemente grande como para arrancarlo del suelo, ponerlo encima y llevarlo a su nuevo emplazamiento. Al parecer, es un método que ya ha sido ensayado con éxito en otros sitios.
Para nosotros puede parecer una barbaridad eso de tener que mover la ciudad. Pero los locales saben que, sin minas, Kiruna no tiene futuro, así que aceptan las consecuencias.
Después de la mina fuimos a ver el famoso Ice Hotel, que está en Jukkasjärvi, un pueblo cercano a Kiruna. Como su nombre indica, es un hotel construido íntegramente en hielo. Naturalmente, el hotel como tal no existe en verano, porque se derrite, pero tienen un enorme pabellón, como un frigorífico gigante, en el que guardan parte de él, incluidas algunas habitaciones que funcionan en verano. Pero no pudimos entrar a verlo porque ya habían cerrado la recepción. En Kiruna hay cosas que cierran a las cuatro de la tarde o incluso antes. Parece raro que la recepción de un hotel sea una de ellas, pero el Ice Hotel en verano sólo tiene un funcionamiento restringido. Si no tienes reserva, nada.
Ante tamaño éxito, decidimos hacer algo que enderezase la tarde y tomamos la carretera hacia Esrange, donde la ESA tiene una estación espacial. Pero, ay, las cosas se torcieron.
Por el camino paramos junto a un lago para hacer alguna foto. Y al Babil 3 no se le ocurrió otra cosa que provocar. A que no hay huevos de bañarse. Se mascaba la tragedia. B1 y B4 lideraron la maniobra y poco después nuestros cinco Babiles estaban bañándose en pelotas en el lago Jukkasjärvi, por encima del Círculo Polar Ártico, en el mes de septiembre. Pabernos matao.
En cualquier caso, ese lago es perfecto para este tipo de barbaridades, porque es muy llano y el fondo es de arena muy fina. Bastante agradable, si descontamos el pequeño detalle de la temperatura.
Fortalecidos por la experiencia del lago, volvimos a Kiruna para cenar. Acabamos en el restaurante del Hotel Scandic Ferrum comiéndonos un filete de reno por cabeza. Si nuestras comidas en Estocolmo, a excepción de la cena en el Tsarkij Sad, habían sido pobres, en Kiruna estábamos cenando de maravilla.
Después de cenar y contar algunas batallitas en la sobremesa (curiosamente, no fue una actividad a la que dedicáramos mucho tiempo durante el viaje), volvimos al cámping. Al igual que había ocurrido la noche anterior, éste cronista se quedó escribiendo en el bungalow mientras los demás se iban a dar una vuelta por la ciudad.
Y entonces ocurrió una tremenda injusticia. Me esforcé por que mis compañeros encontraran un ambiente cálido y acogedor a su vuelta. Sin embargo, cuando regresaron, no obtuve más que críticas e incomprensión. No me extenderé más sobre este episodio porque fue muy triste.
En el transcurso de su habitual carrera matutina, B1 y B4 pasaron por la oficina de turismo y cogieron billetes para visitar las minas de Kiruna. Sólo había una visita diaria con guía en inglés, a las 14,30h, de modo que teníamos toda la mañana para nosotros.
Decidimos ir hacia el Kebnekaise, el monte más alto de Suecia, que está en el término municipal de Kiruna. Claro que dicho término municipal es inmenso, ocupa nada menos que 20000 km². La mayoría de las comunidades autónomas españolas son más pequeñas. Así que cogimos la carretera que lleva hacia Nikkaluokta. Que, aunque suene finlandés, está en Suecia. Ocurre que el finés y el lapón son dos idiomas muy similares, de ahí los nombres de las poblaciones. Poblaciones que suelen ser diminutas. El municipio de Kiruna tiene 23000 habitantes, de los que 19000 viven en la propia Kiruna. Los otros 4000 están muy diseminados. Son pocos los núcleos con más de ocho o diez casas.
Nikkaluokta está a 68 km al oeste de Kiruna, pero el trayecto es muy bonito por los lagos que hay en el lado sur de la carretera. El término municipal tiene unos 6000 lagos, algunos muy grandes. Los tres que teníamos por el camino eran alargados, pero no muy anchos. Eso sí, bonitos. Como todo en Laponia, para qué vamos a decir otra cosa. Ahí vimos nuestros primeros renos, incluyendo dos que cruzaron la carretera delante de nosotros. Y también bajamos varias veces a pasear junto a los lagos y caminar sobre el musgo. En algunos sitios había una capa de unos 30 centímetros de musgo, la sensación al caminar sobre él era muy rara.
Nikkaluokta es un albergue y poco más, pero estaba lleno de montañeros. No teníamos mucho tiempo, así que no podíamos ni siquiera aproximarnos al Kebnekaise, pero sí estuvimos andando un rato por una de las pistas. Nos encontramos un montón de gente en sentido contrario. Debía de haber alguna marcha de regularidad, a juzgar por los aplausos con que les recibían al llegar al albergue (no, a nosotros no nos aplaudieron).
Volvimos a Kiruna justo a tiempo para montar en el autobús que nos llevaría a la mina. Como nos habíamos puesto hasta arriba en el desayuno (es lo que tiene el buffet libre), ni siquiera comimos.
La mina de hierro de Kiruna es la mayor mina subterránea del mundo, aunque no la más profunda. De hecho, Kiruna fue fundada en 1900 a causa de las minas. Hay una enorme mole de magnetita en forma de prisma rectangular inclinado 60° respecto de la horizontal. La mina está excavada junto a la mena de hierro; la van picando y cae en un sistema de transporte que la saca al exterior después de un tratamiento previo. Actualmente se está extrayendo mineral a más de 700 metros de profundidad, aunque la galería de transporte está a más de 1000.
A nosotros nos bajaron en el autobús hasta 530 metros de profundidad. Sí, la mina tiene un sistema de carreteras en su interior y por él circulan coches, camiones y autobuses. Es bastante impresionante. La visita a las minas despertó por un momento al ingeniero que tengo escondido por algún sitio.
Nuestro guía era un señor mayor, supongo que antiguo minero. No hablaba el inglés demasiado bien, aunque se hacía entender. En Suecia casi todo el mundo habla inglés, gracias en buena parte a que tanto el cine como la televisión se subtitulan, nunca se doblan. Y también, naturalmente, a que Suecia sólo tiene 9 millones de habitantes y fuera de allí el sueco no sirve para mucho. Así que más te vale conocer otro idioma o tu mundo se queda muy pequeño. No digamos ya con el lapón, que sólo hablan unos pocos miles de personas.
Bien, el caso es que el guía era bastante parsimonioso, lo que desesperaba a algunos de nuestros Babiles. Pero a mí me gustó conocer todo el proceso de extracción y tratamiento de la magnetita, incluso el sistema de ferrocarril para transportar el mineral tratado hasta los puertos de Narvik (en la costa atlántica noruega) y Luleå (en la báltica sueca). Narvik y Kiruna son dos localidades bastante conectadas entre sí, pese a estar separadas por más de 150 km. Claro que en Laponia las distancias funcionan de otra manera.
La visita a las minas dura unas tres horas, incluyendo el trayecto desde el centro de Kiruna, la proyección de un documental, el recorrido por una galería con paneles explicativos y máquinas varias, una parada para tomar café, la visita a un museo sobre la historia de Kiruna y las minas (creo que esta fue la parte que más gustó a varios Babiles, no sé si porque no estaba el guía o porque pudimos hacer el tonto con los vagones de tranvía que había en él) y la vuelta, de nuevo en autobús, al lugar de partida.
Una cosa que me llamó mucho la atención fue cómo, a consecuencia de la actividad minera, Kiruna va a tener que desplazarse. La extracción del mineral provoca grietas en el terreno que van avanzando hacia la ciudad, por lo que poco a poco se tendrá que ir retirando. Ya hay planes a muchos años vista, incluso hasta 2130. Algunos edificios singulares, como el ayuntamiento o la iglesia, se moverán. Los demás, simplemente, se derribarán y construirán otros.
Eso de mover edificios puede parecer un poco raro, claro. La iglesia es de madera, construida al estilo lapón (no hace mucho fue elegida como el edificio más bonito de Suecia), así que en su día se desmontará y volverá a ensamblarse en otro sitio. Para el ayuntamiento, con su llamativa torre de hierro forjado, la idea es construir un vehículo de transporte lo suficientemente grande como para arrancarlo del suelo, ponerlo encima y llevarlo a su nuevo emplazamiento. Al parecer, es un método que ya ha sido ensayado con éxito en otros sitios.
Para nosotros puede parecer una barbaridad eso de tener que mover la ciudad. Pero los locales saben que, sin minas, Kiruna no tiene futuro, así que aceptan las consecuencias.
Después de la mina fuimos a ver el famoso Ice Hotel, que está en Jukkasjärvi, un pueblo cercano a Kiruna. Como su nombre indica, es un hotel construido íntegramente en hielo. Naturalmente, el hotel como tal no existe en verano, porque se derrite, pero tienen un enorme pabellón, como un frigorífico gigante, en el que guardan parte de él, incluidas algunas habitaciones que funcionan en verano. Pero no pudimos entrar a verlo porque ya habían cerrado la recepción. En Kiruna hay cosas que cierran a las cuatro de la tarde o incluso antes. Parece raro que la recepción de un hotel sea una de ellas, pero el Ice Hotel en verano sólo tiene un funcionamiento restringido. Si no tienes reserva, nada.
Ante tamaño éxito, decidimos hacer algo que enderezase la tarde y tomamos la carretera hacia Esrange, donde la ESA tiene una estación espacial. Pero, ay, las cosas se torcieron.
Por el camino paramos junto a un lago para hacer alguna foto. Y al Babil 3 no se le ocurrió otra cosa que provocar. A que no hay huevos de bañarse. Se mascaba la tragedia. B1 y B4 lideraron la maniobra y poco después nuestros cinco Babiles estaban bañándose en pelotas en el lago Jukkasjärvi, por encima del Círculo Polar Ártico, en el mes de septiembre. Pabernos matao.
En cualquier caso, ese lago es perfecto para este tipo de barbaridades, porque es muy llano y el fondo es de arena muy fina. Bastante agradable, si descontamos el pequeño detalle de la temperatura.
Fortalecidos por la experiencia del lago, volvimos a Kiruna para cenar. Acabamos en el restaurante del Hotel Scandic Ferrum comiéndonos un filete de reno por cabeza. Si nuestras comidas en Estocolmo, a excepción de la cena en el Tsarkij Sad, habían sido pobres, en Kiruna estábamos cenando de maravilla.
Después de cenar y contar algunas batallitas en la sobremesa (curiosamente, no fue una actividad a la que dedicáramos mucho tiempo durante el viaje), volvimos al cámping. Al igual que había ocurrido la noche anterior, éste cronista se quedó escribiendo en el bungalow mientras los demás se iban a dar una vuelta por la ciudad.
Y entonces ocurrió una tremenda injusticia. Me esforcé por que mis compañeros encontraran un ambiente cálido y acogedor a su vuelta. Sin embargo, cuando regresaron, no obtuve más que críticas e incomprensión. No me extenderé más sobre este episodio porque fue muy triste.
viernes, septiembre 15, 2006
04/09 A Kiruna
El lunes iba a ser el último día de nuestra primera estancia en Estocolmo. Por la tarde íbamos a coger un avión a Kiruna, la ciudad más grande de la Laponia sueca. Pero, claro, aún teníamos la mañana para disfrutar de la capital. Así que decidimos alquilar unas bicis y dar una vuelta por la ciudad.
Nos costó bastante encontrar dónde alquilarlas, porque en algún sitio ya no les quedaban. Al final, pudimos coger unas junto al puente que une Östermalm con Djugåarden, así que decidimos repetir el trayecto que habíamos hecho el día anterior en ferry, pero ahora en bici. Principalmente, recorrer la orilla de Ladugårdsgärdet hasta llegar al mar, cruzar el puente a Djugården y regresar bordeando esta isla por el sur. Es decir: parque y más parque en bicicleta. Sin problemas para los Babiles 1 y 4, que se iban todas las mañanas a correr un rato (espero que, si la mujer de este último lee esto, no quiera abrirle la cabeza). A ver qué tal aguantábamos los demás.
Primero fuimos hasta la torre de televisión (Kaknästornet). Se puede subir hasta lo más alto de ella y disfrutar de la panorámica desde 115 metros de altura. Esta torre fue el edificio más alto de Suecia hasta la construcción del puente que une Malmö con Copenhague, sobre el estrecho de Oresund.
Pese a los esfuerzos de la alianza tragona formada por B2 y B3, el resto del grupo se negó a quedarse a comer en el restaurante que hay en el piso 28 de la torre (precios asequibles), así que seguimos con nuestro paseo. Incluyendo una sección de ciclocross subiendo por unas escaleras, cuando el camino se acabó repentinamente.
Después de hora y media volvimos al lugar de origen. Pero, vaya, el alquiler se paga por horas completas, así que seguimos un rato por el interior de la ciudad. Hasta que, cuando ya teníamos que volver, a B4 le dio el siroco y empezó a pedalear en dirección contraria. Casi no pudimos alcanzarle. Llegó hasta Skeppsholmen, llevado por vete a saber qué impulso. Quizá las albóndigas congeladas del día anterior le llamaban. Bueno, pudimos devolver las bicicletas a tiempo gracias a que nos habían puesto mal la hora de salida.
Ah, tras una conversación con el encargado de las bicis, tomamos el firme propósito de no salir de Suecia antes de que algún nativo nos entendiera cuando pronunciáramos "Älvsjö".
Dejamos las bicis y cogimos un autobús a la Estación Central, donde debíamos volver a coger el Arlanda Express. Al llegar a la estación nos metimos en una pizzería a comer. Bastante bien, pero tardaron un rato en sacarnos las pizzas, así que ya íbamos un poco justos de tiempo. Recogimos los equipajes que habíamos dejado en la consigna y fuimos hacia el tren. B3 y yo nos quedamos sacando los billetes mientras los demás iban al andén.
La obtención de los billetes no fue tan sencilla. Primero, la máquina se negaba a aceptar nuestras tarjetas de crédito. Así que tuvimos que ir a la taquilla manual. Pero la taquillera, que parecía bastante novata, empezó a hacernos preguntas raras y, además, no entendía el DNI que usaba B3 junto con la tarjeta. Ante la tardanza, B1 decidió venir a buscarnos. Y vino tan decidido que se pasó de largo las taquillas y se volvió a meter en el edificio de la estación. Instantes tensos, porque el tren estaba a punto de salir y el chico había desaparecido. Menos mal que B4 (¿os he dicho ya que lleva una prótesis en la rodilla?) fue rápido en ir a buscarle y le trajo a tiempo.
En el aeropuerto, B5, que había mantenido un perfil bajo durante el día, empezó su batalla contra el mundo. En este caso, negándose a pesar la mochila que pretendía pasar al avión como equipaje de mano. Y sin pesar se quedó.
Ya en la sala de embarque fuimos a comprar algunas bebidas en un kiosco. Y resultó que el chico de la caja hablaba español, conque pegamos la hebra con él. Cuando se enteró del destino de nuestro viaje, su reacción fue inmediata:
- ¿Kiruna? ¿Y para qué queréis ir a Kiruna?
Como ya iba siendo nuestra costumbre, dejamos que B3, el instigador del viaje, diera las explicaciones oportunas.
El vuelo salió sin retraso. B5, en su cruzada personal, no se sentó junto a nosotros, sino en un asiento con ventanilla que quedaba libre para poder ver bien el despegue. Su intención era cambiar de asiento después; pero el avión se fue llenando (no llevábamos asiento fijo en la tarjeta de embarque) y se quedó compartiendo fila con otro chico con quien estableció una feroz lucha por el dominio de la plaza que quedaba libre entre ellos, y que ambos querían ocupar con sus trastos. Los demás viajábamos tan ricamente.
Nuestro vuelo hacía escala en Östersund. En esta escala hubo un problema con la maleta de B5 (sí, llevaba una maleta dentro de la cabina, además de la mochila). Pero resulta que había una azafata que hablaba nuestro idioma y había entablado conversación con nosotros, así que intentó mediar en el conflicto.
Azafata: ¿Es vuestra esa maleta?
Babil 5: Sí, es mía.
Azafata: Es que es demasiado grande para llevarla ahí.
B5 (todo dulzura): Mi maleta no es demasiado grande; tu avión es demasiado pequeño para mi maleta.
Por motivos que se me escapan, la chica siguió siendo bastante amable con nosotros y estuvimos charlando durante casi todo el viaje. B3 estaba muy contento porque no había objetado nada a nuestra elección de destino.
Azafata: ¿Puedo preguntaros una cosa?
Nosotros: Claro.
Azafata: ¿Y para qué vais a Kiruna?
Grandes risotadas y nuevas explicaciones por parte de B3, algo menos animado de lo habitual.
Al llegar a Kiruna nos despedimos de la azafata (cuyas medidas pectorales no comentaré a petición de los babiles casados, no vayan a leer esto sus mujeres) y fuimos a alquilar un coche. Como casi siempre, nuestro líder espiritual, B3, fue nuestro portavoz:
Babil 3: Queremos un coche grande, muy grande.
Encargado: Muy bien. Tenemos un Volvo S70, el más grande que hace Volvo.
Babil 3: ¿Y no tienen algo más pequeño?
Al final ocurrió que no quedaba ningún S70 y nos llevamos un V50, que es más pequeño, pero con el que estuvimos muy contentos durante toda nuestra estancia en Kiruna. Armados con las llaves del vehículo, fuimos directamente a recogerlo. Y, cuando el empleado del alquiler consiguió alcanzarnos, fuimos al párking en que de verdad estaba el coche, en la otra punta del aeropuerto.
Llegamos sin más contratiempos al Camping Ripan, donde habíamos alquilado un bungalow. Entre otras cosas, el cámping tiene la piscina al aire libre más septentrional del mundo. Aunque, por desgracia, en esta época del año estaba cerrada. En cualquier caso, el cámping estaba realmente bien y el personal era muy amable.
Lo que sí estaba abierto era el restaurante del cámping, del que nos habían hablado muy bien. Así que nos quedamos a cenar y nos dieron realmente bien. Probamos algunos productos de la tierra, como los arenques, el carpaccio de alce y la pasta con trozos de reno.
Desde allí volvimos al bungalow con intención de acostarnos, pero nos encontramos con que hacía un calor terrible. B1 había decidido anteriormente que hacía frío, conque había dejado todos los radiadores a tope antes de salir. Y estábamos a 12°C en una localidad en la que se alcanzan, en invierno, temperaturas de -30°C.
Así que todos se fueron a dar una vuelta por Kiruna mientras vuestro cronista se quedaba escribiendo este diario. Actividad que, en ocasiones, resulta muy gratificante.
A la vuelta cada uno se fue a su cama. En esta ocasión, el grupo había tenido la deferencia de otorgar espontáneamente la habitación individual a B2, en premio a sus esfuerzos por mantener la cohesión del grupo. El resto se agrupaban B1-B4 (compartían maleta) y B3-B5.
Nos costó bastante encontrar dónde alquilarlas, porque en algún sitio ya no les quedaban. Al final, pudimos coger unas junto al puente que une Östermalm con Djugåarden, así que decidimos repetir el trayecto que habíamos hecho el día anterior en ferry, pero ahora en bici. Principalmente, recorrer la orilla de Ladugårdsgärdet hasta llegar al mar, cruzar el puente a Djugården y regresar bordeando esta isla por el sur. Es decir: parque y más parque en bicicleta. Sin problemas para los Babiles 1 y 4, que se iban todas las mañanas a correr un rato (espero que, si la mujer de este último lee esto, no quiera abrirle la cabeza). A ver qué tal aguantábamos los demás.
Primero fuimos hasta la torre de televisión (Kaknästornet). Se puede subir hasta lo más alto de ella y disfrutar de la panorámica desde 115 metros de altura. Esta torre fue el edificio más alto de Suecia hasta la construcción del puente que une Malmö con Copenhague, sobre el estrecho de Oresund.
Pese a los esfuerzos de la alianza tragona formada por B2 y B3, el resto del grupo se negó a quedarse a comer en el restaurante que hay en el piso 28 de la torre (precios asequibles), así que seguimos con nuestro paseo. Incluyendo una sección de ciclocross subiendo por unas escaleras, cuando el camino se acabó repentinamente.
Después de hora y media volvimos al lugar de origen. Pero, vaya, el alquiler se paga por horas completas, así que seguimos un rato por el interior de la ciudad. Hasta que, cuando ya teníamos que volver, a B4 le dio el siroco y empezó a pedalear en dirección contraria. Casi no pudimos alcanzarle. Llegó hasta Skeppsholmen, llevado por vete a saber qué impulso. Quizá las albóndigas congeladas del día anterior le llamaban. Bueno, pudimos devolver las bicicletas a tiempo gracias a que nos habían puesto mal la hora de salida.
Ah, tras una conversación con el encargado de las bicis, tomamos el firme propósito de no salir de Suecia antes de que algún nativo nos entendiera cuando pronunciáramos "Älvsjö".
Dejamos las bicis y cogimos un autobús a la Estación Central, donde debíamos volver a coger el Arlanda Express. Al llegar a la estación nos metimos en una pizzería a comer. Bastante bien, pero tardaron un rato en sacarnos las pizzas, así que ya íbamos un poco justos de tiempo. Recogimos los equipajes que habíamos dejado en la consigna y fuimos hacia el tren. B3 y yo nos quedamos sacando los billetes mientras los demás iban al andén.
La obtención de los billetes no fue tan sencilla. Primero, la máquina se negaba a aceptar nuestras tarjetas de crédito. Así que tuvimos que ir a la taquilla manual. Pero la taquillera, que parecía bastante novata, empezó a hacernos preguntas raras y, además, no entendía el DNI que usaba B3 junto con la tarjeta. Ante la tardanza, B1 decidió venir a buscarnos. Y vino tan decidido que se pasó de largo las taquillas y se volvió a meter en el edificio de la estación. Instantes tensos, porque el tren estaba a punto de salir y el chico había desaparecido. Menos mal que B4 (¿os he dicho ya que lleva una prótesis en la rodilla?) fue rápido en ir a buscarle y le trajo a tiempo.
En el aeropuerto, B5, que había mantenido un perfil bajo durante el día, empezó su batalla contra el mundo. En este caso, negándose a pesar la mochila que pretendía pasar al avión como equipaje de mano. Y sin pesar se quedó.
Ya en la sala de embarque fuimos a comprar algunas bebidas en un kiosco. Y resultó que el chico de la caja hablaba español, conque pegamos la hebra con él. Cuando se enteró del destino de nuestro viaje, su reacción fue inmediata:
- ¿Kiruna? ¿Y para qué queréis ir a Kiruna?
Como ya iba siendo nuestra costumbre, dejamos que B3, el instigador del viaje, diera las explicaciones oportunas.
El vuelo salió sin retraso. B5, en su cruzada personal, no se sentó junto a nosotros, sino en un asiento con ventanilla que quedaba libre para poder ver bien el despegue. Su intención era cambiar de asiento después; pero el avión se fue llenando (no llevábamos asiento fijo en la tarjeta de embarque) y se quedó compartiendo fila con otro chico con quien estableció una feroz lucha por el dominio de la plaza que quedaba libre entre ellos, y que ambos querían ocupar con sus trastos. Los demás viajábamos tan ricamente.
Nuestro vuelo hacía escala en Östersund. En esta escala hubo un problema con la maleta de B5 (sí, llevaba una maleta dentro de la cabina, además de la mochila). Pero resulta que había una azafata que hablaba nuestro idioma y había entablado conversación con nosotros, así que intentó mediar en el conflicto.
Azafata: ¿Es vuestra esa maleta?
Babil 5: Sí, es mía.
Azafata: Es que es demasiado grande para llevarla ahí.
B5 (todo dulzura): Mi maleta no es demasiado grande; tu avión es demasiado pequeño para mi maleta.
Por motivos que se me escapan, la chica siguió siendo bastante amable con nosotros y estuvimos charlando durante casi todo el viaje. B3 estaba muy contento porque no había objetado nada a nuestra elección de destino.
Azafata: ¿Puedo preguntaros una cosa?
Nosotros: Claro.
Azafata: ¿Y para qué vais a Kiruna?
Grandes risotadas y nuevas explicaciones por parte de B3, algo menos animado de lo habitual.
Al llegar a Kiruna nos despedimos de la azafata (cuyas medidas pectorales no comentaré a petición de los babiles casados, no vayan a leer esto sus mujeres) y fuimos a alquilar un coche. Como casi siempre, nuestro líder espiritual, B3, fue nuestro portavoz:
Babil 3: Queremos un coche grande, muy grande.
Encargado: Muy bien. Tenemos un Volvo S70, el más grande que hace Volvo.
Babil 3: ¿Y no tienen algo más pequeño?
Al final ocurrió que no quedaba ningún S70 y nos llevamos un V50, que es más pequeño, pero con el que estuvimos muy contentos durante toda nuestra estancia en Kiruna. Armados con las llaves del vehículo, fuimos directamente a recogerlo. Y, cuando el empleado del alquiler consiguió alcanzarnos, fuimos al párking en que de verdad estaba el coche, en la otra punta del aeropuerto.
Llegamos sin más contratiempos al Camping Ripan, donde habíamos alquilado un bungalow. Entre otras cosas, el cámping tiene la piscina al aire libre más septentrional del mundo. Aunque, por desgracia, en esta época del año estaba cerrada. En cualquier caso, el cámping estaba realmente bien y el personal era muy amable.
Lo que sí estaba abierto era el restaurante del cámping, del que nos habían hablado muy bien. Así que nos quedamos a cenar y nos dieron realmente bien. Probamos algunos productos de la tierra, como los arenques, el carpaccio de alce y la pasta con trozos de reno.
Desde allí volvimos al bungalow con intención de acostarnos, pero nos encontramos con que hacía un calor terrible. B1 había decidido anteriormente que hacía frío, conque había dejado todos los radiadores a tope antes de salir. Y estábamos a 12°C en una localidad en la que se alcanzan, en invierno, temperaturas de -30°C.
Así que todos se fueron a dar una vuelta por Kiruna mientras vuestro cronista se quedaba escribiendo este diario. Actividad que, en ocasiones, resulta muy gratificante.
A la vuelta cada uno se fue a su cama. En esta ocasión, el grupo había tenido la deferencia de otorgar espontáneamente la habitación individual a B2, en premio a sus esfuerzos por mantener la cohesión del grupo. El resto se agrupaban B1-B4 (compartían maleta) y B3-B5.
jueves, septiembre 14, 2006
03/09 El Vasa
El domingo iba a ser nuestro primer día completo en Suecia. Y parecía que debíamos resignarnos a no ver el partido. Sólo lo daban en un canal por satélite que no teníamos en casa, y no habíamos visto ningún pub en el que fuesen a darlo, pese a que en Estocolmo hay muchos pubs deportivos. Conque más nos valía buscar otra actividad para la mañana.
Lo que hicimos fue ir al Museo del Vasa, uno de los más famosos e interesantes de la ciudad. El Vasa es un barco de guerra sueco que se hundió en 1628, durante su viaje inaugural, poco después de salir del puerto. El barco estaba ocupado por la tripulación y los trabajadores del astillero que lo habían construido, junto con sus familias. Sólo debían viajar hasta una fortaleza situada en las afueras de la ciudad, donde descenderían para dejar sitio a unos 300 soldados que se iban a trasladar a la guerra en Polonia. Pero nunca llegaron hasta la fortaleza. Se considera que murieron entre 30 y 50 personas, pese a que el naufragio se produjo a sólo unos metros de la costa. Pero la incapacidad para nadar y los remolinos impidieron escapar a las víctimas.
Las investigaciones recientes han llevado a la conclusión de que el Vasa estaba mal construido. Llevaba demasiado poco lastre para contrarrestar el peso de los palos, las velas y los cañones. Así que, cuando arreció el viento, el barco se escoró, entró agua por las troneras de los cañones, y se fue a pique.
Lo espectacular del museo es, precisamente, el Vasa. En 1951 se encontró el lugar del naufragio, de modo que se empezó a planificar el rescate del barco, que se inició en 1956. Entonces se vio que las condiciones del agua (muy fría y con poca sal, pues el Báltico es el mar menos salino del mundo) habían preservado el barco. En 1961 consiguieron reflotarlo y se inició la lenta recuperación, culminada en 1990 con la apertura del museo. Un barco de guerra de 69 metros de proa a popa y 52 de quilla a cofa es muy impresionante. Y un 95% del barco es original. Tan sólo falta el palo de mesana, la mayoría de los cañones (que se recuperaron durante el propio siglo XVII para fundirlos) y algunas piezas pequeñas del barco.
El museo está organizado en siete pisos alrededor del barco, de modo que se puede ver éste en conjunto (desde estribor) o detalladamente, subiendo a los pisos (desde babor). Además de explicar la estructura del barco, hay diversas exposiciones sobre la Guerra de los Treinta Años, el proceso de fabricación del Vasa, la restauración del mismo y el trabajo realizado con los restos encontrados, especialmente los humanos.
La visita al Vasamuseet es interesantísima y se la recomiendo a cualquiera que vaya a Estocolmo sin dudarlo.
Al salir del museo, B1 llamó a su hermano y nos enteramos de la zurra que España le había dado a Grecia en la final del Mundobasket. Y eso que Pau Gasol no pudo jugar por lesión. Y nosotros no lo pudimos ver. Bua. Aunque la alternativa estuvo a la altura, desde luego.
Como teníamos hambre, fuimos a buscar un sitio para comer. Tras algunas peripecias en el ferry (ya he escrito que Estocolmo está construida sobre 14 islas, de modo que, además de casi 30 puentes, hay varios ferrys que las unen), terminamos en la pequeña isla de Skeppsholmen y acabamos comiendo junto a otro barco, aunque más moderno que el Vasa: el Chapman. Es un barco del siglo XIX varado frente al Palacio Real, que hoy día se utiliza como hotel. Aunque nosotros comimos en un pequeño restaurante que se encuentra al lado (no muy bien, por cierto).
Los viajes en ferry nos habían dejado con ganas de barco, de modo que fuimos a coger uno turístico que da la vuelta a Djurgården, una isla grandecita (unos 4 km de punta a punta) ocupada casi en su totalidad por un parque. En realidad, es el Djugården del sur, porque hay otro más al norte. En Estocolmo hay muchos parques; algunos pequeños, diseminados por todo el casco urbano, y varios muy grandes en las afueras. El viaje nos dejó con ganas de recorrer el parque por tierra. Tal vez no tanto a B5, que se pasó casi todo el rato durmiendo. Puede que lo niegue, pero cuando B3 le cambió el idioma de las explicaciones que recibía a través de los auriculares (al japonés), ni se enteró.
A la vuelta, ante las leves indirectas (ejem) de B3, fuimos a ver un drakkar que había fondeado cerca de donde nos dejó el ferry. Por supuesto, no era de verdad; era un barco moderno con forma de drakkar. Se usa para itinerarios turísticos y como restaurante, además de alquilarlo para montar fiestas vikingas. Grupos entre 40 y 150 personas, nos quedábamos un poco cortos.
Luego nos dio por ir a ver algún otro museo, pero eran casi las 18h y estaban ya todos cerrados. O casi: el de Historia Natural cerraba a las 19h, conque fuimos para allá. Aunque, como estaba lejos, apenas tuvimos tiempo de verlo. Una pena, porque es enorme y tenía muy buena pinta.
Había una exposición sobre los cambios climáticos, incluyendo una proyección con algunos efectos especiales, como viento y relámpagos. B5 ilustró la proyección luchando con su paraguas contra la violencia de los elementos. Fue derrotado y se cargó el paraguas, ante las risotadas del resto del grupo. Sin duda, el chaval fue la estrella del día.
Después bajamos en metro hasta el extremo norte de Södermalm, la isla situada al sur de Gamla Stan. Allí está la torre Katarina (Katarinahissen), situada frente al mar, a la que se sube mediante un ascensor y desde la que hay muy buenas vistas panorámicas de la ciudad y sus alrededores.
Luego, bajo la guía de nuestro líder gastronómico B3, fuimos a cenar a un restaurante ruso de Gamla Stan. Ninguno de nosotros había estado nunca en uno de ellos y teníamos curiosidad. Pues cenamos de maravilla, rompiendo la tendencia que llevábamos hasta entonces. Sólo se quejó B1, porque decía que su ración era muy pequeña. Al final casi no se la pudo acabar y se pasó el día siguiente empachado. Engañaba un poco, ¿eh?
Al acabar nos fuimos a echar una cerveza a las terrazas que hay en la preciosa plaza donde está la Academia, pero ya estaban cerrando, conque terminamos en un bar muy cercano, al que se entraba bajando unas escaleras y cuyo dueño, pese al póster de Abba de la puerta (están por todas partes en Suecia), resultó ser fan de Jimi Hendrix. El problema era que B5 había sentido la llamada de la naturaleza. Tras la copiosa comida, el chico necesitaba cagar urgentemente. Se debatía entre su resistencia a defecar en un lugar extraño y las terribles punzadas que le hacían creer que iba a reventar. Conque se armó de valor y entró en el váter del bar (que estaba muy bien, por cierto).
La operación se desarrollaba con éxito, pero la fatalidad aguardaba. La premura fisiológica y el desconocimiento mecánico se habían aliado para que el pobre no pudiera cerrar la puerta del cagadero. Y, en el preciso instante en que se limpiaba el culo, entró otro cliente en él. Justo en el momento en que el dueño del local subía del almacén, cuya puerta estaba situada junto a la que se acababa de abrir. Durante un tenso segundo, los siete ojos de los protagonistas de la escena (recordemos que nuestro babil tenía tres al aire, de ahí el número impar) se cruzaron. Luego, la puerta volvió a cerrarse.
Lo que casi no volvió a cerrarse en toda la noche fueron las bocas del resto del grupo al conocer la peripecia. Estruendosas carcajadas y no pocas lágrimas puntuaban la selección de temas del gran Jimi con que el dueño del bar nos estaba obsequiando.
A medianoche cerraron y nos fuimos hacia la estación. Por el camino, B2 sintió cómo su vejiga reclamaba su atención. Al pasar sobre un viaducto, su vena artística entró en acción y Estocolmo contó con una nueva fuente. Quince metros de caída en un bello arco que fue recibido por la incomprensión del resto del grupo.
Llegamos a la estación justo a tiempo para aprender más sobre el idioma y la mentalidad del país. Habíamos observado que el último tren hacia Älvsjö salía sobre las 0,50h los domingos, pues había carteles detallando los horarios en tres bloques: laborables, sábados, domingos y festivos. Sin embargo, una vez allí vimos que el último había salido ya (pese a que aún no eran las doce y media). Entonces observamos que, junto a la hora de los dos últimos trenes, aparecía una llamada a una nota aclaratoria en la que, en sueco, se venía a explicar que esos trenes no circulaban en domingos ni festivos. Por qué aparece en los horarios del domingo un tren que no circula en domingo, es un misterio que no logramos resolver.
Así que tuvimos que coger un taxi. Por suerte, hay algunos muy grandes en los que caben hasta seis personas. Dentro del vehículo, el amable taxista nos permitió comprobar dos cosas que empezaban a hacerse recurrentes:
- Nadie nos entendía cuando intentábamos pronunciar "Älvsjö"
- Cuando les contábamos que nos íbamos tres días a Kiruna, los suecos nos miraban con los ojos muy abiertos y preguntaban: ¿Kiruna? ¿Y para qué queréis ir a Kiruna?
Esto último nos mosqueaba bastante y hacía que todas las miradas se clavaran sobre B3, el inductor del viajecito. Su vida pendía de un hilo.
B5 aprovechó el viaje para redondear su protagonismo. Como parte del interrogatorio al que sometió al conductor, le espetó: "Have you seen a boreal aurora?". La cara de póker del hombre, al escuchar semejante expresión, fue para hacerle una foto.
La broma , por cierto, nos salió por casi 400 Kr. Los taxis suecos son muy caros.
Lo que hicimos fue ir al Museo del Vasa, uno de los más famosos e interesantes de la ciudad. El Vasa es un barco de guerra sueco que se hundió en 1628, durante su viaje inaugural, poco después de salir del puerto. El barco estaba ocupado por la tripulación y los trabajadores del astillero que lo habían construido, junto con sus familias. Sólo debían viajar hasta una fortaleza situada en las afueras de la ciudad, donde descenderían para dejar sitio a unos 300 soldados que se iban a trasladar a la guerra en Polonia. Pero nunca llegaron hasta la fortaleza. Se considera que murieron entre 30 y 50 personas, pese a que el naufragio se produjo a sólo unos metros de la costa. Pero la incapacidad para nadar y los remolinos impidieron escapar a las víctimas.
Las investigaciones recientes han llevado a la conclusión de que el Vasa estaba mal construido. Llevaba demasiado poco lastre para contrarrestar el peso de los palos, las velas y los cañones. Así que, cuando arreció el viento, el barco se escoró, entró agua por las troneras de los cañones, y se fue a pique.
Lo espectacular del museo es, precisamente, el Vasa. En 1951 se encontró el lugar del naufragio, de modo que se empezó a planificar el rescate del barco, que se inició en 1956. Entonces se vio que las condiciones del agua (muy fría y con poca sal, pues el Báltico es el mar menos salino del mundo) habían preservado el barco. En 1961 consiguieron reflotarlo y se inició la lenta recuperación, culminada en 1990 con la apertura del museo. Un barco de guerra de 69 metros de proa a popa y 52 de quilla a cofa es muy impresionante. Y un 95% del barco es original. Tan sólo falta el palo de mesana, la mayoría de los cañones (que se recuperaron durante el propio siglo XVII para fundirlos) y algunas piezas pequeñas del barco.
El museo está organizado en siete pisos alrededor del barco, de modo que se puede ver éste en conjunto (desde estribor) o detalladamente, subiendo a los pisos (desde babor). Además de explicar la estructura del barco, hay diversas exposiciones sobre la Guerra de los Treinta Años, el proceso de fabricación del Vasa, la restauración del mismo y el trabajo realizado con los restos encontrados, especialmente los humanos.
La visita al Vasamuseet es interesantísima y se la recomiendo a cualquiera que vaya a Estocolmo sin dudarlo.
Al salir del museo, B1 llamó a su hermano y nos enteramos de la zurra que España le había dado a Grecia en la final del Mundobasket. Y eso que Pau Gasol no pudo jugar por lesión. Y nosotros no lo pudimos ver. Bua. Aunque la alternativa estuvo a la altura, desde luego.
Como teníamos hambre, fuimos a buscar un sitio para comer. Tras algunas peripecias en el ferry (ya he escrito que Estocolmo está construida sobre 14 islas, de modo que, además de casi 30 puentes, hay varios ferrys que las unen), terminamos en la pequeña isla de Skeppsholmen y acabamos comiendo junto a otro barco, aunque más moderno que el Vasa: el Chapman. Es un barco del siglo XIX varado frente al Palacio Real, que hoy día se utiliza como hotel. Aunque nosotros comimos en un pequeño restaurante que se encuentra al lado (no muy bien, por cierto).
Los viajes en ferry nos habían dejado con ganas de barco, de modo que fuimos a coger uno turístico que da la vuelta a Djurgården, una isla grandecita (unos 4 km de punta a punta) ocupada casi en su totalidad por un parque. En realidad, es el Djugården del sur, porque hay otro más al norte. En Estocolmo hay muchos parques; algunos pequeños, diseminados por todo el casco urbano, y varios muy grandes en las afueras. El viaje nos dejó con ganas de recorrer el parque por tierra. Tal vez no tanto a B5, que se pasó casi todo el rato durmiendo. Puede que lo niegue, pero cuando B3 le cambió el idioma de las explicaciones que recibía a través de los auriculares (al japonés), ni se enteró.
A la vuelta, ante las leves indirectas (ejem) de B3, fuimos a ver un drakkar que había fondeado cerca de donde nos dejó el ferry. Por supuesto, no era de verdad; era un barco moderno con forma de drakkar. Se usa para itinerarios turísticos y como restaurante, además de alquilarlo para montar fiestas vikingas. Grupos entre 40 y 150 personas, nos quedábamos un poco cortos.
Luego nos dio por ir a ver algún otro museo, pero eran casi las 18h y estaban ya todos cerrados. O casi: el de Historia Natural cerraba a las 19h, conque fuimos para allá. Aunque, como estaba lejos, apenas tuvimos tiempo de verlo. Una pena, porque es enorme y tenía muy buena pinta.
Había una exposición sobre los cambios climáticos, incluyendo una proyección con algunos efectos especiales, como viento y relámpagos. B5 ilustró la proyección luchando con su paraguas contra la violencia de los elementos. Fue derrotado y se cargó el paraguas, ante las risotadas del resto del grupo. Sin duda, el chaval fue la estrella del día.
Después bajamos en metro hasta el extremo norte de Södermalm, la isla situada al sur de Gamla Stan. Allí está la torre Katarina (Katarinahissen), situada frente al mar, a la que se sube mediante un ascensor y desde la que hay muy buenas vistas panorámicas de la ciudad y sus alrededores.
Luego, bajo la guía de nuestro líder gastronómico B3, fuimos a cenar a un restaurante ruso de Gamla Stan. Ninguno de nosotros había estado nunca en uno de ellos y teníamos curiosidad. Pues cenamos de maravilla, rompiendo la tendencia que llevábamos hasta entonces. Sólo se quejó B1, porque decía que su ración era muy pequeña. Al final casi no se la pudo acabar y se pasó el día siguiente empachado. Engañaba un poco, ¿eh?
Al acabar nos fuimos a echar una cerveza a las terrazas que hay en la preciosa plaza donde está la Academia, pero ya estaban cerrando, conque terminamos en un bar muy cercano, al que se entraba bajando unas escaleras y cuyo dueño, pese al póster de Abba de la puerta (están por todas partes en Suecia), resultó ser fan de Jimi Hendrix. El problema era que B5 había sentido la llamada de la naturaleza. Tras la copiosa comida, el chico necesitaba cagar urgentemente. Se debatía entre su resistencia a defecar en un lugar extraño y las terribles punzadas que le hacían creer que iba a reventar. Conque se armó de valor y entró en el váter del bar (que estaba muy bien, por cierto).
La operación se desarrollaba con éxito, pero la fatalidad aguardaba. La premura fisiológica y el desconocimiento mecánico se habían aliado para que el pobre no pudiera cerrar la puerta del cagadero. Y, en el preciso instante en que se limpiaba el culo, entró otro cliente en él. Justo en el momento en que el dueño del local subía del almacén, cuya puerta estaba situada junto a la que se acababa de abrir. Durante un tenso segundo, los siete ojos de los protagonistas de la escena (recordemos que nuestro babil tenía tres al aire, de ahí el número impar) se cruzaron. Luego, la puerta volvió a cerrarse.
Lo que casi no volvió a cerrarse en toda la noche fueron las bocas del resto del grupo al conocer la peripecia. Estruendosas carcajadas y no pocas lágrimas puntuaban la selección de temas del gran Jimi con que el dueño del bar nos estaba obsequiando.
A medianoche cerraron y nos fuimos hacia la estación. Por el camino, B2 sintió cómo su vejiga reclamaba su atención. Al pasar sobre un viaducto, su vena artística entró en acción y Estocolmo contó con una nueva fuente. Quince metros de caída en un bello arco que fue recibido por la incomprensión del resto del grupo.
Llegamos a la estación justo a tiempo para aprender más sobre el idioma y la mentalidad del país. Habíamos observado que el último tren hacia Älvsjö salía sobre las 0,50h los domingos, pues había carteles detallando los horarios en tres bloques: laborables, sábados, domingos y festivos. Sin embargo, una vez allí vimos que el último había salido ya (pese a que aún no eran las doce y media). Entonces observamos que, junto a la hora de los dos últimos trenes, aparecía una llamada a una nota aclaratoria en la que, en sueco, se venía a explicar que esos trenes no circulaban en domingos ni festivos. Por qué aparece en los horarios del domingo un tren que no circula en domingo, es un misterio que no logramos resolver.
Así que tuvimos que coger un taxi. Por suerte, hay algunos muy grandes en los que caben hasta seis personas. Dentro del vehículo, el amable taxista nos permitió comprobar dos cosas que empezaban a hacerse recurrentes:
- Nadie nos entendía cuando intentábamos pronunciar "Älvsjö"
- Cuando les contábamos que nos íbamos tres días a Kiruna, los suecos nos miraban con los ojos muy abiertos y preguntaban: ¿Kiruna? ¿Y para qué queréis ir a Kiruna?
Esto último nos mosqueaba bastante y hacía que todas las miradas se clavaran sobre B3, el inductor del viajecito. Su vida pendía de un hilo.
B5 aprovechó el viaje para redondear su protagonismo. Como parte del interrogatorio al que sometió al conductor, le espetó: "Have you seen a boreal aurora?". La cara de póker del hombre, al escuchar semejante expresión, fue para hacerle una foto.
La broma , por cierto, nos salió por casi 400 Kr. Los taxis suecos son muy caros.
miércoles, septiembre 13, 2006
02/09 Los Babiles van a Estocolmo
Empezamos bien. Primer día de vacaciones y tenemos que madrugar para coger el avión. Esta no es la idea que tengo de unas vacaciones, pero bueno: a las 6,30h, arriba. Me arreglo, termino de hacer la maleta y cojo el metro hacia el aeropuerto, siguiendo el horario previsto.
Llego a la T4, que está a tomar por culo del resto del aeropuerto, justo a la hora en que le tocaba facturar al Babil 5 (en adelante, B5). Por tanto: llegar y meterla.
Una vez hecho esto, primeras risas del viaje:
B2: Vamos a tomar café, ¿no?
B5: ¿Pero qué dices? ¡Tenemos que ir ya a embarcar!
Señora de B5: ¡Venga ese café!
La vieja alianza contra el Babil 5 vuelve a funcionar. Para vengarse, llama por teléfono a B3 y le informa de que me he quedado dormido y no voy a llegar a tiempo para coger el avión, en un amistoso intento de que nuestros colegas, que salen desde Barcelona, se agobien. ¡Bien hecho! ¡Éste es el espíritu!
Sin más incidentes que una pequeña discusión con la Seguridad del aeropuerto ante el intento de B2 de colar una navaja por el detector de metales (navaja que resulta confiscada), nuestros héroes llegan al avión, donde ocupan dos plazas contiguas que parecen estar libres, pues las que tenían asignadas están separadas. Maniobra que se completa con éxito.
Después de casi cuatro horas de vuelo llegamos a la Arlanda, el aeropuerto de Estocolmo. Tras unos instantes de vacilación esperando que el resto del pasaje bajara del avión (el resto del pasaje no tenía intención de hacerlo hasta Helsinki, que era el destino final del vuelo), vamos a recoger las maletas y desde allí, a cruzar el aeropuerto hasta la T5 (estábamos en la T2), adonde llegaba el vuelo de Barcelona. En un nuevo alarde de coordinación, llegamos justo cuando nuestros colegas salían. ¡Los Babiles Kuarentones se reúnen!
Después de los abrazos y gritos rituales de rigor, vamos a coger el tren que nos llevaría a Estocolmo. El tren es tan rápido como caros sus billetes: 200 Kr por cabeza (más o menos, 10 Kr = 1 €). Y hasta después de sacar los cinco billetes en una máquina no nos damos cuenta de que los fines de semana (recordemos que era sábado) hay una oferta para comprar dos billetes por sólo 220 Kr. Los Babiles, en un alarde de generosidad, acaban de donar 360 Kr a los ferrocarriles suecos. Y sólo llevamos un rato en el país.
Durante el viaje en tren recibí una llamada telefónica para comunicarme la repentina muerte de un amigo. Y yo, mientras, empezando un viaje para celebrar que un grupo de amigos que nos habíamos conocido con 6-7 años seguíamos siéndolo a los 40, todos estábamos bien y a todos nos había ido bien en la vida. Durante el viaje me acordé muchas veces de mi amigo muerto, pero la vida sigue.
En fin, llegamos a Estocolmo y fuimos a comprar la Stockholm Card, que permite uso gratuito del transporte público, además de entrada gratis o a precio reducido en muchos museos y atracciones varias de la ciudad. Le dimos bastante uso durante ésta nuestra primera estancia en la ciudad. Además, este tipo de tarjetas tiene la ventaja psicológica de que luego no te lo piensas a la hora de coger un transporte o hacer visitas, pues ya has pagado la entrada.
De paso, comimos en la estación, inaugurando la ruta gastronómica. Salchichas de frankfurt con puré de patatas. 24 horas después, algunos Babiles ya habían aborrecido el puré de patatas para los restos.
Una vez adquiridas las tarjetas, las estrenamos cogiendo el cercanías hacia Älvsjö, el pueblo donde habíamos alquilado una cabaña. Según nos dijeron, Älvsjö se pronuncia algo así como "Elfjoé", con j fuerte y diptongando la o y la e. El sueco es chunguillo de pronunciar.
Hay muchos trenes de Estocolmo a Älvsjö y, además, nuestra cabaña estaba bastante cerca de la estación, conque era un buen sitio para tener nuestra base.
Llegamos a Älvsjö y fuimos a que nos dieran las llaves y nos guiaran a la cabaña. Que era, en realidad, una casa dentro de la población, bastante bien montada. Nuestra patrona se sorprendió al ver a cinco maromos. Nos explicó que se había hecho a la idea de que seríamos una pareja con tres niños y nos miró con cara de "bueno, si queréis montar una orgía gay, espero que no metáis demasiado ruido". Miles de explicaciones espontáneas, siguiendo la máxima latina "excusatio non petita, acusatio manifesta".
La cabaña tenía tres dormitorios, así que los sorteamos. Seguimos el racional método de asignar una moneda distinta a cada Babil según su edad y luego hacer sortilegios varios con esas monedas. Fue en este momento cuando adoptamos los nombres en clave de Babil 1, 2, 3, 4 y 5. Los emparejamientos, casualmente, siguieron ese orden: B1 con B2, B3 con B4 y B5 resultó agraciado con el dormitorio individual.
Una vez instalados, los Babiles 2 y 3, que a lo largo del viaje habrían de formar una extraña alianza, se fueron a comprar al supermercado. Allí descubrimos que nuestros escasos conocimientos de sueco iban a resultar un tanto insuficientes. ¿Cuál de los dos tipos de leche cogemos? ¿Cuál de los dos tipos de terrones de azúcar? Acabamos comprando la leche que no era leche, sino una especia de yogur (filmjölk, por si alguno va a Suecia) y los terrones que no se disolvían ni a tiros.
Ya podíamos irnos a Estocolmo. A todo esto, la temperatura era muy buena. Máximas de 20°C y mínimas de 15°C, aunque con algún chubasco importante.
Estocolmo es una ciudad construida sobre un montón de islas, entre el mar Báltico y el lago Mälaren. La abundancia de canales y la bonita arquitectura hacen de la capital sueca una ciudad preciosa. No es de extrañar que todos aquellos con quienes habíamos hablado y la conocían nos hubieran hablado maravillas de ella.
Estuvimos paseando por Gamla Stan, que es la zona más antigua de Estocolmo. Es una islita situada en el centro de la población, donde se encuentran el Palacio Real, la Academia Sueca (la de los Nobel) y otras instituciones. Además de muchos comercios, bares y restaurantes. Nos la recorrimos de punta a punta y, ante tanta oferta, acabamos cenando en un mexicano cutrongo.
Después pensábamos ir a un club de jazz que habíamos visto, pero faltaba una hora para que empezaran las actuaciones y ya cobraban entrada, conque nos fuimos a echar unas cervezas a un irlandés para luego volver. Como debe ser en este tipo de viaje, los planes a largo plazo son dudosos, y los de medio plazo también. Ya no volvimos al club de jazz.
Estuvimos paseando por la zona de la Academia, donde vimos una tienda con aspecto de seguir abierta al público, pero con unas telarañas muy hermosas en la puerta. Cada una de ellas con su correspondiente araña, también de buen tamaño. Y no, no eran de pega: si tocabas una araña, echaba a correr.
Acabamos por volver a la zona de la Estación Central (Stockholm Central) en busca de garitos de marcha. Sin mucho éxito, para secreta alegría de B2, que no tenía muchas ganas de acabar en un bar de precios astronómicos, repleto de gente, escuchando reaggeton. Aunque, para compensar, vi varios carteles anunciando un concierto de Alan White para el mes siguiente, al que no podría ir. Curiosamente, no lo anunciaban como batería de Yes, sino relacionado con John Lennon. Antes de entrar en Yes, Alan fue el batería del grupo de Lennon; toca en "Imagine", "Instant Karma" y demás canciones de la época.
Terminamos sentados en una terraza echando unos tragos. En Suecia el alcohol es muy caro. Tienen lo que llaman "lättöl", cerveza light, con un máximo de 3,5°, a precio normal. La cerveza normal es más cara, y los licores son carísimos. Lo normal es que te cobren entre 12 y 15 Kr por centilitro (y te miden los centilitros). Es decir, un chupito te cuesta 50 ó 60 Kr. Como para pensárselo. Claro que en los países nórdicos han tenido, tradicionalmente, problemas con el alcohol. Los gobiernos intentan solucionarlos a base de poner impuestos muy elevados sobre el alcohol. Los ciudadanos, yéndose a las Baleares o las Canarias a emborracharse. O a los populares cruceros por el Báltico. Salen del puerto y, una vez en mar abierto, se abre el bar y a mamarse.
Por cierto, la terraza estaba junto al Instituto Cervantes. Para nuestra indignación, no vimos ningún anuncio de que dieran al día siguiente el partido. Sí, al día siguiente era la final del Mundial de Baloncesto, España-Grecia, y todo nos hacía pensar que nos lo íbamos a perder.
Ya nos volvimos a casa, no sin que antes B2 (que había suplantado a B3 en su tradicional papel de tragón) se pillara un bocata para amenizar el viaje de vuelta.
Al llegar a Stockholm Central, nuestro grupo se dividió en dos comandos. B1, B3 y B4 bajaron a los servicios, mientras que B2 y B5 se quedaron arriba charlando con un chaval centroamericano que había venido a una movida salsera que se había montado esa noche en una disco de las afueras. Nos contó que en el centro de Estocolmo no había más garitos que los que habíamos visto, todo lo demás estaba en las afueras y había que ir en taxi.
Al cabo de un rato, el grupo expedicionario regresó. Nos contaron cómo se habían encontrado una concentración de cagones que bloqueaban los cagaderos, por lo que no podían entrar. Aunque, como trofeo, subieron con una moneda de 5 Kr, las vueltas de lo que habían tenido que pagar. A partir de entonces, las monedas de 5 Kr pasaron a llamarse "giñenkroner", en recuerdo a su utilidad.
Fuimos a coger el tren, pero ya no había taquilleros, y con la Stockolm Card no se puede pasar por los tornos. De modo que tuvimos que saltar para entrar. Salvo B4, alias "cyborg", a quien la prótesis de la rodilla impedía esas acrobacias, de modo que pasó reptando bajo los tornos. Esa maniobra mereción los aplausos de la concurrencia y los demás viajeros que pasaban tranquilamente por delante de la cabina del cobrador. Porque, en efecto, él no estaba, pero el paso estaba abierto. Y nuestros bravos Babiles no se habían dado cuenta.
Aprovechemos el incidente para decir que, durante el resto del viaje, la prótesis del Babil funcionó perfectamente.
Y ya sin más incidentes volvimos a casita y a sobar.
Llego a la T4, que está a tomar por culo del resto del aeropuerto, justo a la hora en que le tocaba facturar al Babil 5 (en adelante, B5). Por tanto: llegar y meterla.
Una vez hecho esto, primeras risas del viaje:
B2: Vamos a tomar café, ¿no?
B5: ¿Pero qué dices? ¡Tenemos que ir ya a embarcar!
Señora de B5: ¡Venga ese café!
La vieja alianza contra el Babil 5 vuelve a funcionar. Para vengarse, llama por teléfono a B3 y le informa de que me he quedado dormido y no voy a llegar a tiempo para coger el avión, en un amistoso intento de que nuestros colegas, que salen desde Barcelona, se agobien. ¡Bien hecho! ¡Éste es el espíritu!
Sin más incidentes que una pequeña discusión con la Seguridad del aeropuerto ante el intento de B2 de colar una navaja por el detector de metales (navaja que resulta confiscada), nuestros héroes llegan al avión, donde ocupan dos plazas contiguas que parecen estar libres, pues las que tenían asignadas están separadas. Maniobra que se completa con éxito.
Después de casi cuatro horas de vuelo llegamos a la Arlanda, el aeropuerto de Estocolmo. Tras unos instantes de vacilación esperando que el resto del pasaje bajara del avión (el resto del pasaje no tenía intención de hacerlo hasta Helsinki, que era el destino final del vuelo), vamos a recoger las maletas y desde allí, a cruzar el aeropuerto hasta la T5 (estábamos en la T2), adonde llegaba el vuelo de Barcelona. En un nuevo alarde de coordinación, llegamos justo cuando nuestros colegas salían. ¡Los Babiles Kuarentones se reúnen!
Después de los abrazos y gritos rituales de rigor, vamos a coger el tren que nos llevaría a Estocolmo. El tren es tan rápido como caros sus billetes: 200 Kr por cabeza (más o menos, 10 Kr = 1 €). Y hasta después de sacar los cinco billetes en una máquina no nos damos cuenta de que los fines de semana (recordemos que era sábado) hay una oferta para comprar dos billetes por sólo 220 Kr. Los Babiles, en un alarde de generosidad, acaban de donar 360 Kr a los ferrocarriles suecos. Y sólo llevamos un rato en el país.
Durante el viaje en tren recibí una llamada telefónica para comunicarme la repentina muerte de un amigo. Y yo, mientras, empezando un viaje para celebrar que un grupo de amigos que nos habíamos conocido con 6-7 años seguíamos siéndolo a los 40, todos estábamos bien y a todos nos había ido bien en la vida. Durante el viaje me acordé muchas veces de mi amigo muerto, pero la vida sigue.
En fin, llegamos a Estocolmo y fuimos a comprar la Stockholm Card, que permite uso gratuito del transporte público, además de entrada gratis o a precio reducido en muchos museos y atracciones varias de la ciudad. Le dimos bastante uso durante ésta nuestra primera estancia en la ciudad. Además, este tipo de tarjetas tiene la ventaja psicológica de que luego no te lo piensas a la hora de coger un transporte o hacer visitas, pues ya has pagado la entrada.
De paso, comimos en la estación, inaugurando la ruta gastronómica. Salchichas de frankfurt con puré de patatas. 24 horas después, algunos Babiles ya habían aborrecido el puré de patatas para los restos.
Una vez adquiridas las tarjetas, las estrenamos cogiendo el cercanías hacia Älvsjö, el pueblo donde habíamos alquilado una cabaña. Según nos dijeron, Älvsjö se pronuncia algo así como "Elfjoé", con j fuerte y diptongando la o y la e. El sueco es chunguillo de pronunciar.
Hay muchos trenes de Estocolmo a Älvsjö y, además, nuestra cabaña estaba bastante cerca de la estación, conque era un buen sitio para tener nuestra base.
Llegamos a Älvsjö y fuimos a que nos dieran las llaves y nos guiaran a la cabaña. Que era, en realidad, una casa dentro de la población, bastante bien montada. Nuestra patrona se sorprendió al ver a cinco maromos. Nos explicó que se había hecho a la idea de que seríamos una pareja con tres niños y nos miró con cara de "bueno, si queréis montar una orgía gay, espero que no metáis demasiado ruido". Miles de explicaciones espontáneas, siguiendo la máxima latina "excusatio non petita, acusatio manifesta".
La cabaña tenía tres dormitorios, así que los sorteamos. Seguimos el racional método de asignar una moneda distinta a cada Babil según su edad y luego hacer sortilegios varios con esas monedas. Fue en este momento cuando adoptamos los nombres en clave de Babil 1, 2, 3, 4 y 5. Los emparejamientos, casualmente, siguieron ese orden: B1 con B2, B3 con B4 y B5 resultó agraciado con el dormitorio individual.
Una vez instalados, los Babiles 2 y 3, que a lo largo del viaje habrían de formar una extraña alianza, se fueron a comprar al supermercado. Allí descubrimos que nuestros escasos conocimientos de sueco iban a resultar un tanto insuficientes. ¿Cuál de los dos tipos de leche cogemos? ¿Cuál de los dos tipos de terrones de azúcar? Acabamos comprando la leche que no era leche, sino una especia de yogur (filmjölk, por si alguno va a Suecia) y los terrones que no se disolvían ni a tiros.
Ya podíamos irnos a Estocolmo. A todo esto, la temperatura era muy buena. Máximas de 20°C y mínimas de 15°C, aunque con algún chubasco importante.
Estocolmo es una ciudad construida sobre un montón de islas, entre el mar Báltico y el lago Mälaren. La abundancia de canales y la bonita arquitectura hacen de la capital sueca una ciudad preciosa. No es de extrañar que todos aquellos con quienes habíamos hablado y la conocían nos hubieran hablado maravillas de ella.
Estuvimos paseando por Gamla Stan, que es la zona más antigua de Estocolmo. Es una islita situada en el centro de la población, donde se encuentran el Palacio Real, la Academia Sueca (la de los Nobel) y otras instituciones. Además de muchos comercios, bares y restaurantes. Nos la recorrimos de punta a punta y, ante tanta oferta, acabamos cenando en un mexicano cutrongo.
Después pensábamos ir a un club de jazz que habíamos visto, pero faltaba una hora para que empezaran las actuaciones y ya cobraban entrada, conque nos fuimos a echar unas cervezas a un irlandés para luego volver. Como debe ser en este tipo de viaje, los planes a largo plazo son dudosos, y los de medio plazo también. Ya no volvimos al club de jazz.
Estuvimos paseando por la zona de la Academia, donde vimos una tienda con aspecto de seguir abierta al público, pero con unas telarañas muy hermosas en la puerta. Cada una de ellas con su correspondiente araña, también de buen tamaño. Y no, no eran de pega: si tocabas una araña, echaba a correr.
Acabamos por volver a la zona de la Estación Central (Stockholm Central) en busca de garitos de marcha. Sin mucho éxito, para secreta alegría de B2, que no tenía muchas ganas de acabar en un bar de precios astronómicos, repleto de gente, escuchando reaggeton. Aunque, para compensar, vi varios carteles anunciando un concierto de Alan White para el mes siguiente, al que no podría ir. Curiosamente, no lo anunciaban como batería de Yes, sino relacionado con John Lennon. Antes de entrar en Yes, Alan fue el batería del grupo de Lennon; toca en "Imagine", "Instant Karma" y demás canciones de la época.
Terminamos sentados en una terraza echando unos tragos. En Suecia el alcohol es muy caro. Tienen lo que llaman "lättöl", cerveza light, con un máximo de 3,5°, a precio normal. La cerveza normal es más cara, y los licores son carísimos. Lo normal es que te cobren entre 12 y 15 Kr por centilitro (y te miden los centilitros). Es decir, un chupito te cuesta 50 ó 60 Kr. Como para pensárselo. Claro que en los países nórdicos han tenido, tradicionalmente, problemas con el alcohol. Los gobiernos intentan solucionarlos a base de poner impuestos muy elevados sobre el alcohol. Los ciudadanos, yéndose a las Baleares o las Canarias a emborracharse. O a los populares cruceros por el Báltico. Salen del puerto y, una vez en mar abierto, se abre el bar y a mamarse.
Por cierto, la terraza estaba junto al Instituto Cervantes. Para nuestra indignación, no vimos ningún anuncio de que dieran al día siguiente el partido. Sí, al día siguiente era la final del Mundial de Baloncesto, España-Grecia, y todo nos hacía pensar que nos lo íbamos a perder.
Ya nos volvimos a casa, no sin que antes B2 (que había suplantado a B3 en su tradicional papel de tragón) se pillara un bocata para amenizar el viaje de vuelta.
Al llegar a Stockholm Central, nuestro grupo se dividió en dos comandos. B1, B3 y B4 bajaron a los servicios, mientras que B2 y B5 se quedaron arriba charlando con un chaval centroamericano que había venido a una movida salsera que se había montado esa noche en una disco de las afueras. Nos contó que en el centro de Estocolmo no había más garitos que los que habíamos visto, todo lo demás estaba en las afueras y había que ir en taxi.
Al cabo de un rato, el grupo expedicionario regresó. Nos contaron cómo se habían encontrado una concentración de cagones que bloqueaban los cagaderos, por lo que no podían entrar. Aunque, como trofeo, subieron con una moneda de 5 Kr, las vueltas de lo que habían tenido que pagar. A partir de entonces, las monedas de 5 Kr pasaron a llamarse "giñenkroner", en recuerdo a su utilidad.
Fuimos a coger el tren, pero ya no había taquilleros, y con la Stockolm Card no se puede pasar por los tornos. De modo que tuvimos que saltar para entrar. Salvo B4, alias "cyborg", a quien la prótesis de la rodilla impedía esas acrobacias, de modo que pasó reptando bajo los tornos. Esa maniobra mereción los aplausos de la concurrencia y los demás viajeros que pasaban tranquilamente por delante de la cabina del cobrador. Porque, en efecto, él no estaba, pero el paso estaba abierto. Y nuestros bravos Babiles no se habían dado cuenta.
Aprovechemos el incidente para decir que, durante el resto del viaje, la prótesis del Babil funcionó perfectamente.
Y ya sin más incidentes volvimos a casita y a sobar.
martes, septiembre 12, 2006
Los Babiles se van de viaje
En este blog contaré las andanzas de cinco Babiles Kuarentones que se fueron a celebrar su cuarentena por tierras suecas (con una pequeña incursión en Noruega).
Para quienes no pertenezcáis al grupito de los Babiles, una pequeña explicación. El nombre se debe al fraile que nos daba Religión en 1º de EGB, cuando nos conocimos. Bueno, uno de los Babiles se incorporó al año siguiente. Nunca hemos vuelto a saber nada del Hermano Babil, y nuestro recuerdo de él es bastante limitado. Las clases de Religión se limitaban a hacernos leer todos los días la misma parte del catecismo, todos a coro, y casi siempre acababan con dos de nosotros de rodillas por hacer todos los días la misma gracieta.
Uno ya lleva muchos años en Internet como para saber que es mejor no poner muchos nombres. Por tanto, los Babiles vendrán identificados por un número, de más viejo a más joven (aunque del mayor al menor vayan seis meses escasos). Esta numeración se nos ocurrió durante el viaje y, por idiota que os parezca, la usábamos con bastante frecuencia. Del mismo modo que, si alguien notaba que uno del grupo se había despistado, podía decir "nos falta un Babil", otro podía comentar en otro momento que "hay que aumentar el pH del Babil 2". Ese Babil 2, por cierto, es un servidor de ustedes.
La idea de hacer este viaje surgió en una cena durante los Pilares del año pasado. En esa cena estábamos muchas más personas, pero finalmente sólo nosotros cinco acabamos en el viaje. Después de más de treinta años, y de que a cada uno la vida le haya llevado por un camino distinto, los cinco seguimos siendo amigos. Aunque muy distintos entre nosotros.
A partir de la próxima entrada empieza el relato del viaje. Espero que lo disfrutéis. Especialmente, los otros cuatro Babiles.
Para quienes no pertenezcáis al grupito de los Babiles, una pequeña explicación. El nombre se debe al fraile que nos daba Religión en 1º de EGB, cuando nos conocimos. Bueno, uno de los Babiles se incorporó al año siguiente. Nunca hemos vuelto a saber nada del Hermano Babil, y nuestro recuerdo de él es bastante limitado. Las clases de Religión se limitaban a hacernos leer todos los días la misma parte del catecismo, todos a coro, y casi siempre acababan con dos de nosotros de rodillas por hacer todos los días la misma gracieta.
Uno ya lleva muchos años en Internet como para saber que es mejor no poner muchos nombres. Por tanto, los Babiles vendrán identificados por un número, de más viejo a más joven (aunque del mayor al menor vayan seis meses escasos). Esta numeración se nos ocurrió durante el viaje y, por idiota que os parezca, la usábamos con bastante frecuencia. Del mismo modo que, si alguien notaba que uno del grupo se había despistado, podía decir "nos falta un Babil", otro podía comentar en otro momento que "hay que aumentar el pH del Babil 2". Ese Babil 2, por cierto, es un servidor de ustedes.
La idea de hacer este viaje surgió en una cena durante los Pilares del año pasado. En esa cena estábamos muchas más personas, pero finalmente sólo nosotros cinco acabamos en el viaje. Después de más de treinta años, y de que a cada uno la vida le haya llevado por un camino distinto, los cinco seguimos siendo amigos. Aunque muy distintos entre nosotros.
A partir de la próxima entrada empieza el relato del viaje. Espero que lo disfrutéis. Especialmente, los otros cuatro Babiles.
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